Al fin entra Galdós en harina, tras el prólogo de Trafalgar. Aquí lo que sobra es la trama sentimental de Gabriel en pos de una chiquilla, Inés, a la que sigue por Aranjuez primero y que le llevará a ser testigo lejano de la conjura del Escorial, a través de la que el príncipe Fernando intentará deshacerse a la vez de Godoy y de Carlos IV, y que al mismo tiempo le llevará a él mismo contra las cuerdas. Aquí tenemos el país ridículo que se disputan el gran arribista de Godoy, el felón del príncipe de Asturias, pleno de soberbia, y el ingenuo cornudo que fue Carlos IV. Pudiendo ser un formidable personaje la casquivana y antojadiza reina María Luisa de Parma, Galdós piadosamente la deja fuera de foco. Mientras, es el ocio de los cortesanos, a los que sirve Gabriel, el que sirve para dar cuerpo a la novela, con dos aristócratas, encubiertas bajo los nombres de Lesbia y Amaranta (es fácil adivinar en Amaranta un trasunto de la duquesa de Alba), partidarias una de Fernando y de Godoy la otra, volcadas en la actividad teatral del momento, con Moratín como estrella en ascenso y Comellas como figura caduca e Isidoro Máiquez como gran intérprete. Incluso, su amigo y retratista Goya hace una discreta intervención en estas páginas. Bien resuelta y ambientada la novela, sirve para contextualizar el siguiente episodio, en el que se consumarán la caída de Godoy y el estallido de la revuelta contra los franceses, que ya habían comenzado a entrar en España.
A punto de desaparecer de la escena Carlos IV, llega el momento de Fernando VII, de cuyo nivel intelectual da idea una carta a sus padres de 1800 y que en esta edición se cita en los artículos complementarios: "Señora: Mama mía, Llegué bueno, con ganas de cenar. Heres mi pichona como dises y te quiero mucho y he llorado porque no beniste conmigo, que estoy güerfanito de Padre y Madre". Con estos mimbres, el drama nacional está servido.
José Aparicio:
Godoy presentando la Paz a Carlos IV (1796)
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