Sin duda, en el recuerdo y en la relectura, uno de los mejores episodios galdosianos. En el que se concentran dos importantes sucesos de 1808: el motín de Aranjuez contra Godoy y el levantamiento popular contra Napoleón. En los que asistimos a la furia del pueblo español, primero como populacho movido por la rancia aristocracia en su intento, ahora exitoso, de eliminar a Godoy, y después como pueblo que simplemente quiere recuperar su dignidad tan puesta a prueba durante siglos. Mucha furia, mucha sangre, mucho desorden. En Aranjuez, hay momentos en que se aprecia que ese levantamiento orquestado está a punto de quedar fuera de control, hasta el punto de estar al borde de convertirse en revolución. Con todo, queda una incómoda sensación, y es aquella de que el pueblo español, con sus devociones y sus odios instantáneos, siempre será barro en las manos de un alfarero malvado. Aquellos que el 19 de marzo asaltan el palacio de Godoy vivando a Fernando VII (la abdicación de Carlos IV será instantánea) son los mismos que cinco días después atestan las calles para aclamar al nuevo rey, en escenas que Galdós describe empapadas de un entusiasmo popular legítimo, y será el mismo pueblo que se echará a las calles a matar franceses y será víctima de los fusilamientos. Tras la expulsión definitiva de los invasores y la aprobación de la Constitución de 1812, esos mismos españoles, en su mayoría, gritarán ¡Vivan las caenas! o secundarán la causa carlista en sucesivas guerras carlistas. Se pone en marcha, ese 19 de marzo, un proceso histórico que aún no ha cesado.
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