Elvira y yo somos amigos. Quiso el generoso azar que una misma facultad de la Universidad de Málaga nos reuniera allá por los años 80 del siglo XX. Compartimos charlas, risas y algunos llantos (recuerdo el entierro de nuestro profesor amado, don José Mercado Ureña, y la sesión de lágrimas a continuación en la casa de Elvira). Esas cosas que te enriquecen, te hacen madurar. Es decir, aprender. Y de pronto ahí está, convertida en un orgullo nacional con un libro que es erudición y análisis, pero es a la vez pasión y batalla. Contra la mentira, contra el fanatismo, contra el nacionalismo: La dinámica del nacionalismo es perversa: o gana, e impone su criterio eliminando la disidencia, o pierde, lo que da pie a nuevos agravios y excusa para la confrontación: perder para ganar.
Ha alcanzado ya las 30 ediciones (la mía, perezoso, es la octava), y seguirá aumentando en difusión porque llegó a las prensas en 2016, antes de la fantochada de Puigdemont y después de la charlotada de Artur Mas. Es decir, entre dos intentos de dividir, esto es, romper, la patria común e indivisible de todos los españoles (Constitución Española, artículo 2). En nombre de falsificaciones históricas, en derechos falseados, en victimismo (perder para ganar) y hasta en violencia y persecución de los disidentes. Pero no es de Cataluña sino de España de lo que trata este libro lúcido como pocos. Convertido, casi casi, en la Biblia de todos los que nos esforzamos en amar a nuestra patria áspera y maltrecha.
El nacionalismo, ejercido siempre contra una realidad política superior, tildada de imperio (así contra Roma, Rusia, Estados Unidos y España) deviene en racismo victimista para alzarse y mantenerse, manipulando y falseando los hechos: El proceso es siempre el mismo: una pequeña parte de verdad sirve para levantar una gran mentira que justifica un prejuicio de etiología racista que hasta ahora se niega a reconocer que lo es. Insistimos en que el prejuicio precede a su justificación y lo fabrica. Téngase en cuenta que ese racismo se manifiesta, por ejemplo, en el antisemitismo, surgido en primer lugar en Italia y de ahí al mundo protestante, que veía a los españoles como un pueblo contaminado por la sangre semita de judíos y moros. Tal cual.
Como demuestra Roca en su análisis de la hispanofobia en Alemania, Inglaterra y Países Bajos, el protestantismo, tanto luterano como calvinista, aliado con el nacionalismo, fue el otro motor de la Leyenda Negra española. Con pericia y basándose en una bibliografía abrumadora, desmonta las mentiras aduciendo datos y borrando creencias populares. Y liberando a España de esa costra de fanatismo y violencia, de intolerancia y expolio, que le ha sido añadida durante siglos a través de panfletos y predicaciones, discursos y proclamas. Y soflamas.
Así, hay datos tan esclarecedores como que la Inquisición española, de 44.674 causas abiertas entre 1540 y 1700 condenó a muerte a 1.364 personas. Henry Kamen elevó a cerca de 3.000 las víctimas en toda su historia y territorios. Que no es poco, podrá decirse. En la protestante Inglaterra, en la que la protestante Isabel I mandó a la muerte a muchísimas más víctimas que la católica María Tudor, hubo en tres siglos 264.000 ejecutados. Según estudios, en tres siglos fueron ejecutados en España 220 protestantes, y sólo 12 de ellos quemados. La tortura sólo se empleó en un 1 o 2 por ciento de los procesos inquisitoriales. La Inquisición fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura, cien años antes de que esta prohibición se generalizara. En contra de la opinión común, nunca se aceptaron las denuncias anónimas. ¿Más datos? En el siglo XVI se ejecutaron (son cifras de Kamen) entre 40 y 50 personas en todos los territorios, incluida América. Sólo las persecuciones de herejes católicos en la Inglaterra isabelina provocaron casi 1.000 muertos, entre religiosos y seglares.
Ahora que desde algunos medios ligados a la izquierda la emprenden contra este libro y su autora, ahora, justamente ahora, cuando la supervivencia histórica de nuestra nación no está garantizada por la alianza entre izquierdas y separatistas, este libro defiende a España de la interesada mala reputación inventada por otros y asimilada y hasta magnificada por nuestros connacionales. Quedan razones para el orgullo, para seguir creyendo en un país que no fue un pozo de oscurantismo sino luz del mundo. Aquí, un ejemplo: “Muchísimo antes de que Thomas Jefferson escribiera, desde su hermosa plantación de esclavos, en la Declaración de Independencia aquella frase inmortal y universalmente conocida, ‘Sostenemos que…todos los hombres son creados iguales e independientes’, el jesuita Francisco Suárez había escrito: ´Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro’”.
Hoy termina un año. Tal vez comience a terminar la existencia de España. Que Francisco Suárez, y Elvira Roca, nos pillen confesados.
El nacionalismo, ejercido siempre contra una realidad política superior, tildada de imperio (así contra Roma, Rusia, Estados Unidos y España) deviene en racismo victimista para alzarse y mantenerse, manipulando y falseando los hechos: El proceso es siempre el mismo: una pequeña parte de verdad sirve para levantar una gran mentira que justifica un prejuicio de etiología racista que hasta ahora se niega a reconocer que lo es. Insistimos en que el prejuicio precede a su justificación y lo fabrica. Téngase en cuenta que ese racismo se manifiesta, por ejemplo, en el antisemitismo, surgido en primer lugar en Italia y de ahí al mundo protestante, que veía a los españoles como un pueblo contaminado por la sangre semita de judíos y moros. Tal cual.
Como demuestra Roca en su análisis de la hispanofobia en Alemania, Inglaterra y Países Bajos, el protestantismo, tanto luterano como calvinista, aliado con el nacionalismo, fue el otro motor de la Leyenda Negra española. Con pericia y basándose en una bibliografía abrumadora, desmonta las mentiras aduciendo datos y borrando creencias populares. Y liberando a España de esa costra de fanatismo y violencia, de intolerancia y expolio, que le ha sido añadida durante siglos a través de panfletos y predicaciones, discursos y proclamas. Y soflamas.
Así, hay datos tan esclarecedores como que la Inquisición española, de 44.674 causas abiertas entre 1540 y 1700 condenó a muerte a 1.364 personas. Henry Kamen elevó a cerca de 3.000 las víctimas en toda su historia y territorios. Que no es poco, podrá decirse. En la protestante Inglaterra, en la que la protestante Isabel I mandó a la muerte a muchísimas más víctimas que la católica María Tudor, hubo en tres siglos 264.000 ejecutados. Según estudios, en tres siglos fueron ejecutados en España 220 protestantes, y sólo 12 de ellos quemados. La tortura sólo se empleó en un 1 o 2 por ciento de los procesos inquisitoriales. La Inquisición fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura, cien años antes de que esta prohibición se generalizara. En contra de la opinión común, nunca se aceptaron las denuncias anónimas. ¿Más datos? En el siglo XVI se ejecutaron (son cifras de Kamen) entre 40 y 50 personas en todos los territorios, incluida América. Sólo las persecuciones de herejes católicos en la Inglaterra isabelina provocaron casi 1.000 muertos, entre religiosos y seglares.
Ahora que desde algunos medios ligados a la izquierda la emprenden contra este libro y su autora, ahora, justamente ahora, cuando la supervivencia histórica de nuestra nación no está garantizada por la alianza entre izquierdas y separatistas, este libro defiende a España de la interesada mala reputación inventada por otros y asimilada y hasta magnificada por nuestros connacionales. Quedan razones para el orgullo, para seguir creyendo en un país que no fue un pozo de oscurantismo sino luz del mundo. Aquí, un ejemplo: “Muchísimo antes de que Thomas Jefferson escribiera, desde su hermosa plantación de esclavos, en la Declaración de Independencia aquella frase inmortal y universalmente conocida, ‘Sostenemos que…todos los hombres son creados iguales e independientes’, el jesuita Francisco Suárez había escrito: ´Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro’”.
Hoy termina un año. Tal vez comience a terminar la existencia de España. Que Francisco Suárez, y Elvira Roca, nos pillen confesados.
La autodeterminación es un derecho básico que debe predicarse para todo colectivo humano, sin restricciones ni odiosos límites, y por tanto no sólo para las comunidades autónomas, sino también para las provincias, las comarcas, los municipios y las barriadas.
ResponderEliminarSobre su extrapolación a las urbanizaciones y comunidades de propietarios del Estado español (o de las segregaciones en que éste pudiera subdividirse), podría hablarse también con fundamento.
Lo que no tiene sentido es poner puertas al campo.
Todos los años (o quizá semestralmente) debe haber un referéndum de autodeterminación en cada ámbito territorial, pues la sociedad civil puede cambiar de opinión y por ello es deseable y progresista que no se coarte con trabas espaciotemporales el ejercicio de tan fundamental derecho.
Empoderemos y pongamos en valor este derecho de los ciudadanos y ciudadanas, en este país.
(Sandra Suárez)
Lo siento, Sandra. No estoy de acuerdo. Lo que se deshace al capricho de una coyuntura, levantado a través de siglos, merced a una opinión pública fácilmente dirigida por unos u otros, no puede recomponerse una vez roto tan rápida e insensatamente. Entre el imperio y la aldea, optaré por el imperio. Que Viriato (o Guifré el Pilós) me perdone.
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