La historia de las naciones
suelen ser terribles. La de Argentina (siempre lo he afirmado: mi segunda
patria) como nación independiente, lo es. Si vamos al siglo XIX (y enumero de
memoria), encontramos la rivalidad entre Lavalle y Dorrego, la tiranía de Juan
Manuel de Rosas y su banda armada La Mazorca, las guerras civiles por un
quíteme usted esa federación o confederación, la Campaña del Desierto de Julio
Argentino Roca (presidente más adelante) que exterminó a los aborígenes
argentinos con saña (algunos sobrevivieron, pero el recuerdo de aquella guerra
bárbara sirve como argumento en discusiones en torno a nuestra negra leyenda).
Y al llegar 1890, una revolución en toda regla. Que es la que inicia este
relato, turbulento como pocos, de Marcelo Larraquy (de quien disfruté hace unos
años su extraordinario Galimberti: de
Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, escrito junto a Roberto Caballero).
El libro tiene el propósito de analizar la violencia como motivación política en
un siglo de historia argentina. Entender por qué se mataba. En nombre de qué o
de quiénes. Con qué fundamento. Sobre qué bases. Con qué finalidad. De qué manera.
Efectivamente, Larraquy lo consigue. Desde el levantamiento radical (léase de
la Unión Cívica Radical, el partido que dio algunos de los mejor intencionados
presidentes de la nación, siendo el más recordado en España Raúl Alfonsín, y en
Argentina Arturo Illía) en el Parque de Artillería de Buenos Aires comandado
por Leandro N. Alem hasta el estúpido intento de ocupar el cuartel de La
Tablada, un siglo de sangre y drama es el que Larraquy con soltura recorre.
Leer este libro es conocer la historia contemporánea de Argentina. Así, con el
levantamiento de Alem de 1890 (acá aprovecho para citar unos versos de la Milonga del 900 de Homero Manzi con
música de Sebastián Piana para posicionarme en términos argentinos: Soy del partido de todos / Y con
todos me la entiendo / Pero váyanlo sabiendo: / Soy hombre de
Leandro Alem) se inicia un periodo de revueltas radicales (laicismo,
reforma laboral, leyes obreras) que se irán entreverando con el terrorismo
anarquista (/es una época en que Buenos Aires contaba con una población de
medio millóhn de habitantes, de los que trescientos mil eran extranjeros) y la
persecución de las ideas heterodoxas a partir del golpe de estado de 1930
contra el radical Bernardo Yrigoyen, primero de la larga serie que jalonará el
siglo XX cambalache problemático y febril.
Aquel golpe de 1930 llevó al
poder al general José Félix Uriburu. Que se adelantó en 46 años a la dinámica asesina
de Videla y los suyos: La represión del
gobierno de Uriburu no seguía un manual de procedimientos determinado. Las
víctimas atravesaban distintas etapas: el secuestro, la desaparición, las torturas,
el simulacro de fusilamiento, un estado nebuloso que podía conducirlos a la
muerte o a la libertad. Responsable principal de aquel régimen terrorista fue
Leopoldo Lugones, perfeccionador de la picana eléctrica, e hijo del poeta del
mismo nombre (y uno de mis favoritos, añado) que también fue ideólogo del mismo
con sus llamamientos al golpe porque era llegada la hora de la espada. Consecuencia
de aquella ruptura será el régimen de Perón, llegado al poder por las urnas
pero golpista él mismo en 1930 y en 1943 y que marcará toda la historia de
Argentina prácticamente hasta la actualidad. De Perón afirma Larraquy que aunque Perón jamás rompió las reglas de
juego político-institucional, las tensó de tal forma que la sociedad quedó
dividida en torno a su liderazgo. Y, añado yo, sigue dividida desde
entonces.
Abunda Larraquy: Perón concibió a la fuerza policial como un
cuerpo político. En sus dos primeras presidencias, esa institución vigiló,
encarceló y torturó a dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles de la
oposición; también fue un obstáculo para las conspiraciones internas de los
militares contra el gobierno. El propio Perón tampoco escatimará amenazas
de violencia. Aaí, el 2 de agosto de 1947 formulará ésta: Yo les aconsejo siempre a nuestros capitalistas que sepan dar el
treinta por ciento s tiempo, porque si no van
a perder todo, hasta las orejas... Si no lo entienden, yo les he dicho también que el día que las masas
se lancen a colgar, yo no voy a estar de parte de los que deben ser colgados; preferiré estar del lado de los que
cuelgan. Puestos a ser precursores de terrores futuros, bajo el mandato de
Perón abundaría la figura del desaparecido y se presentarían, aunque fuera en
forma de acusación, los primeros “vuelos de la muerte”. Veamos: Los panfletos impresos por la militancia de
la Acción Católica fueron uno de los resortes que tuvo la Iglesia para defender
sus espacios y conspirar contra la estabilidad institucional. Eran repartidos
en las instituciones católicas y estudiantiles, y entre las Fuerzas Armadas. La
ofensiva pastoral denunciaba no solo las torturas del peronismo, sino también
más de cuatro mil casos de desapariciones. Los panfletos presentaban casos
improbables de esqueletos que habían sido descubiertos bajo tierra en los
basurales de la ciudad, en el actual empalme de la avenida General Paz con la
Ruta Panamericana, y también mencionaban cadáveres transportados por aviones y
arrojados al Río de la Plata. También se referían a quemas clandestinas de
opositores a Perón en la Chacarita, organizadas por la Policía Federal, con
conocimiento de su jefe, el general Miguel Gamboa. Aunque las desapariciones no
podían ser constatadas con nombres y apellidos, la información circulaba en la
sociedad y comenzaba a roer el tejido político oficialista. Sea cierta o no
la acusación, es bajo el peronismo cuando se da la primera desaparición
política bien documentada, la del médico comunista Juan Ingalinella en junio de
1955: Se cree que el cuerpo de
Ingalinella fue tirado al río Paraná o cremado. Fue el primer caso de
desaparición forzada por razones políticas.
Para
acabar con Perón murieron algunos centenares de civiles (el bombardeo de la
Casa Rosada y Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 fue relatado por mí en mi
novelita Memorial de Santa Elena,
publicada por Arguval en 2004). Después morirán otros cientos a causa de la
represión de los regímenes militares que le siguieron. Pero también Perón
alentó el asesinato de los opositores, que desde el peronismo son llamados
gorilas. Leamos palabras del propio Perón una vez depuesto: El enemigo debe verse atacado por un enemigo
invisible que lo golpea en todas partes, sin que él pueda encontrarlo en
ninguna. Un "gorila" quedará tan muerto mediante un tiro en la
cabeza, como aplastado "por casualidad" por un camión que se dio a la
fuga. Los bienes y las viviendas de los asesinos deben ser objeto de toda clase
de destrucciones mediante el incendio, la bomba, o el ataque directo. Esta
lucha debe ser implacable, recordando que en cada "gorila" que
matemos está la salvación de muchos inocentes ciudadanos que si no, serán
muertos por ellos. Los gorilas deben llegar a la conclusión de que el pueblo
los ha condenado a muerte por sus crímenes y que morirán tarde o temprano en
manos del Pueblo. Los medios para eliminarlos importan poco, hemos dicho que a
las víboras se las mata de cualquier manera.
Una
vez depuesto Perón e iniciada una despareja Resistencia Peronista que en los
años 60 desembocaría, al calor del guevarismo y financiada desde la Cuba castrista, en una guerrilla y terrorismo
que llevará al país al filo de la revolución y la guerra civil para desembocar
en el golpe de Videla de marzo de 1976, el ejército argentino, que irá
derribando a presidentes civiles como Arturo Frondizi en 1962 o Arturo Illía en
1966, se dividirá en dos facciones enfrentadas, siendo la vencedora en ese
pulsa la facción llamada azul y encabezada por el general golpista Juan carlos
Onganía (1966-1970): Para los azules, "más allá de sus
abusos de poder y su demagogia", el peronismo era una fuerza nacional y
cristiana que había "salvado" a la clase obrera del comunismo. Si se
lo proscribía, en cambio, se los forzaba a la insurrección o a las acciones
gremiales conjuntas con la izquierda, como había sucedido en las huelgas petroleras
y en el frigorífico Lisandro de la Torre.
Los
intentos de reconducir el peronismo a un papel moderador serán baldíos y
trágicos. Alentador de la violencia con tal de volver al poder, desde su exilio
madrileño Perón irá mimando a esa juventud
maravillosa que moría y mataba al grito de Perón, Evita, la Patria Socialista. Al regresar al poder, romperá
con todos ellos y apostará por los que claman por Perón, Evita, la Patria Peronista y consentirá la aparición de la
triple A (Alianza Anticomunista Argentina) de José López Rega. Fue criminal la
guerrilla de Montoneros, FAP, FAL y ERP. Fue criminal la Triple A. Fue criminal
el régimen de Videla (Larraquy detalla toda esa violencia y su organización,
que será especialmente minuciosa durante el videlato).Y fue estúpido, cerrando el ciclo, el intento en febrero de 1989 de asaltar el cuartel de La Tablada en Buenos Aires: 11 soldados y policías y 32 guerrilleros muertos en plena agonía de la presidencia de Alfonsín mientras Menem afilaba sus patillas. Son cosas de mi dulce y áspera Argentina. Hoy es además 25 de mayo, fiesta patria de aquella gran nación. Entre tanta sangre y amargura, entono su himno y repito Al gran pueblo argentino, salud.
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