El subítulo miente, también el título. Y la coautora. Y el que no miente, el coautor, aburre y sobra y es prescindible. Vayamos por parte mientras lo explico con desgana y con ánimo de terminar pronto este comentario. El título reza Mi vida con Goebbels. Tal cual. La autora (la iremos llamando así en vez de coautora a falta de despachar de un bostezo al coautor), que escribe o habla desde los 106 años de su edad, pasó justamente tres trabajando para Goebbels. No una vida. Primera gran mentira. A Goebbels lo conoció al pasar a trabajar para el Ministerio de Propaganda del Reich Alemán en 1942. Y Goebbels se masacró, junto a su esposa e hijos, en 1945. Si Pomsel lo hubiera conocido en 1933 cuando llegaron al poder los nazis, sin ser entonces una vida sino doce años, pues le hubiéramos permitido ese abuso editorial.
Si vamos al subtítulo, tenemos
que el libro se reclama así: La historia
de la secretaria de Goebbels: lecciones para el presente. Otra mentira:
Pomsel no fue LA secretaria de Goebbels, sino una trabajadora más entre las
muchas que estaban prestando servicio en el ministerio cerca del despacho de
Goebbels. Al que trató tangencial y episódicamente, con el que compartió, entre
otros invitados, una cena en la que apenas le dirigió la palabra. Eso es todo.
Lo nque cuenta interesa, en todo caso, como el relato de una juventud alemana
con alguna vecina judía y algún jefe judío que desaparecieron de escena mientras
ella miraba a otro lado. Y nada más. Con estilo sencillo la mitad del libro es
la transcripción reordenada y corregida de sus palabras para un documental),
Pomsel refiere su infancia, su vida laboral y su detención por el ejército rojo
y su internamiento en un campo de prisioneros por una temporada del que nada
dice. Sirve, sí, para ver cómo desde la
extrema ancianidad se quita hierro a los recuerdos, se seleccionan y se queda
con los que más le exculpen. Algo normal, ya que no fue una nazi beligerante ni
tuvo poder alguno. Así, Pomsel escribe Antes de 1933, nadie les prestaba ninguna
atención a los judíos, todo eso se lo sacaron de la manga los nazis. El
nacionalsocialismo nos inculcó que eran otra clase de personas. Y luego eso
desembocó en el programa de exterminio. Nosotros no teníamos nada en contra de
los judíos. Al contrario. En este plan. Y cuando los judíos desaparecen se
cree la mentira oficial de que se marchaban a ocupar los huecos que dejaban los
alemanes retornados a Alemania desde lugares como los Sudetes checos: Y nos lo tragamos, sí, nos creímos hasta la
última palabra […] Hoy nadie nos toma en serio, todo el mundo cree que
estábamos al cabo de la calle de todo lo que pasaba. Pero se equivocan. No teníamos
ni idea. Todo se silenciaba y nadie sabía nada.
Y acabemos con la lectura boba
con el coautor abusón. Thore D. Hansen se ocupa de recomponer el testimonio de
Pomsel (que ni pasó la vida con Goebbels ni fue, en justicia, su secretaria.
Insisto: fue una secretaria de tantas en el Ministerio). Lo que hace,
abusivamente, es ocupar el 37% del libro con un epílogo plasta titulado La historia de la secretaria de Goebbels.
Una lección para el presente. El típico alegato plasta sobre los peligros
del populismo (muchísimo de Trump por aquí, algo de Erdogan por acá) para que
no hagamos lo de Pomsel y no se repita aquello. A lo más, Hansen aduce algún
dato interesante, como que el 40% de los alemanes sabía del Holocausto antes
del fin de la guerra. Pero este dato está embutido dentro de un discurso
aburrido, sosaina, soporífero, previsible. Para un libro insustancial.