viernes, 25 de mayo de 2018

Lecturas: Mi vida con Goebbels (Brunhilde Pomsel y Thore D. Hansen)



El subítulo miente, también el título. Y la coautora. Y el que no miente, el coautor, aburre y sobra y es prescindible. Vayamos por parte mientras lo explico con desgana y con ánimo de terminar pronto este comentario. El título reza Mi vida con Goebbels. Tal cual. La autora (la iremos llamando así en vez de coautora a falta de despachar de un bostezo al coautor), que escribe o habla desde los 106 años de su edad, pasó justamente tres trabajando para Goebbels. No una vida. Primera gran mentira. A Goebbels lo conoció al pasar a trabajar para el Ministerio de Propaganda del Reich Alemán en 1942. Y Goebbels se masacró, junto a su esposa e hijos, en 1945. Si Pomsel lo hubiera conocido en 1933 cuando llegaron al poder los nazis, sin ser entonces una vida sino doce años, pues le hubiéramos permitido ese abuso editorial.

Si vamos al subtítulo, tenemos que el libro se reclama así: La historia de la secretaria de Goebbels: lecciones para el presente. Otra mentira: Pomsel no fue LA secretaria de Goebbels, sino una trabajadora más entre las muchas que estaban prestando servicio en el ministerio cerca del despacho de Goebbels. Al que trató tangencial y episódicamente, con el que compartió, entre otros invitados, una cena en la que apenas le dirigió la palabra. Eso es todo. Lo nque cuenta interesa, en todo caso, como el relato de una juventud alemana con alguna vecina judía y algún jefe judío que desaparecieron de escena mientras ella miraba a otro lado. Y nada más. Con estilo sencillo la mitad del libro es la transcripción reordenada y corregida de sus palabras para un documental), Pomsel refiere su infancia, su vida laboral y su detención por el ejército rojo y su internamiento en un campo de prisioneros por una temporada del que nada dice.  Sirve, sí, para ver cómo desde la extrema ancianidad se quita hierro a los recuerdos, se seleccionan y se queda con los que más le exculpen. Algo normal, ya que no fue una nazi beligerante ni tuvo poder alguno. Así, Pomsel escribe  Antes de 1933, nadie les prestaba ninguna atención a los judíos, todo eso se lo sacaron de la manga los nazis. El nacionalsocialismo nos inculcó que eran otra clase de personas. Y luego eso desembocó en el programa de exterminio. Nosotros no teníamos nada en contra de los judíos. Al contrario. En este plan. Y cuando los judíos desaparecen se cree la mentira oficial de que se marchaban a ocupar los huecos que dejaban los alemanes retornados a Alemania desde lugares como los Sudetes checos: Y nos lo tragamos, sí, nos creímos hasta la última palabra […] Hoy nadie nos toma en serio, todo el mundo cree que estábamos al cabo de la calle de todo lo que pasaba. Pero se equivocan. No teníamos ni idea. Todo se silenciaba y nadie sabía nada.

Y acabemos con la lectura boba con el coautor abusón. Thore D. Hansen se ocupa de recomponer el testimonio de Pomsel (que ni pasó la vida con Goebbels ni fue, en justicia, su secretaria. Insisto: fue una secretaria de tantas en el Ministerio). Lo que hace, abusivamente, es ocupar el 37% del libro con un epílogo plasta titulado La historia de la secretaria de Goebbels. Una lección para el presente. El típico alegato plasta sobre los peligros del populismo (muchísimo de Trump por aquí, algo de Erdogan por acá) para que no hagamos lo de Pomsel y no se repita aquello. A lo más, Hansen aduce algún dato interesante, como que el 40% de los alemanes sabía del Holocausto antes del fin de la guerra. Pero este dato está embutido dentro de un discurso aburrido, sosaina, soporífero, previsible. Para un libro insustancial.

Lecturas: Argentina. Un siglo de violencia política. 1890-1990. De Roca a Menem. La historia del país (Marcelo Larraquy)


La historia de las naciones suelen ser terribles. La de Argentina (siempre lo he afirmado: mi segunda patria) como nación independiente, lo es. Si vamos al siglo XIX (y enumero de memoria), encontramos la rivalidad entre Lavalle y Dorrego, la tiranía de Juan Manuel de Rosas y su banda armada La Mazorca, las guerras civiles por un quíteme usted esa federación o confederación, la Campaña del Desierto de Julio Argentino Roca (presidente más adelante) que exterminó a los aborígenes argentinos con saña (algunos sobrevivieron, pero el recuerdo de aquella guerra bárbara sirve como argumento en discusiones en torno a nuestra negra leyenda). Y al llegar 1890, una revolución en toda regla. Que es la que inicia este relato, turbulento como pocos, de Marcelo Larraquy (de quien disfruté hace unos años su extraordinario Galimberti: de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, escrito junto a Roberto Caballero).

El libro tiene el propósito de analizar la violencia como motivación política en un siglo de historia argentina. Entender por qué se mataba. En nombre de qué o de quiénes. Con qué fundamento. Sobre qué bases. Con qué finalidad. De qué manera. Efectivamente, Larraquy lo consigue. Desde el levantamiento radical (léase de la Unión Cívica Radical, el partido que dio algunos de los mejor intencionados presidentes de la nación, siendo el más recordado en España Raúl Alfonsín, y en Argentina Arturo Illía) en el Parque de Artillería de Buenos Aires comandado por Leandro N. Alem hasta el estúpido intento de ocupar el cuartel de La Tablada, un siglo de sangre y drama es el que Larraquy con soltura recorre. Leer este libro es conocer la historia contemporánea de Argentina. Así, con el levantamiento de Alem de 1890 (acá aprovecho para citar unos versos de la Milonga del 900 de Homero Manzi con música de Sebastián Piana para posicionarme en términos argentinos: Soy del partido de todos /  Y con todos me la entiendo / Pero váyanlo sabiendo: / Soy hombre de Leandro Alem) se inicia un periodo de revueltas radicales (laicismo, reforma laboral, leyes obreras) que se irán entreverando con el terrorismo anarquista (/es una época en que Buenos Aires contaba con una población de medio millóhn de habitantes, de los que trescientos mil eran extranjeros) y la persecución de las ideas heterodoxas a partir del golpe de estado de 1930 contra el radical Bernardo Yrigoyen, primero de la larga serie que jalonará el siglo XX cambalache problemático y febril.


Aquel golpe de 1930 llevó al poder al general José Félix Uriburu. Que se adelantó en 46 años a la dinámica asesina de Videla y los suyos: La represión del gobierno de Uriburu no seguía un manual de procedimientos determinado. Las víctimas atravesaban distintas etapas: el secuestro, la desaparición, las torturas, el simulacro de fusilamiento, un estado nebuloso que podía conducirlos a la muerte o a la libertad. Responsable principal de aquel régimen terrorista fue Leopoldo Lugones, perfeccionador de la picana eléctrica, e hijo del poeta del mismo nombre (y uno de mis favoritos, añado) que también fue ideólogo del mismo con sus llamamientos al golpe porque era llegada la hora de la espada. Consecuencia de aquella ruptura será el régimen de Perón, llegado al poder por las urnas pero golpista él mismo en 1930 y en 1943 y que marcará toda la historia de Argentina prácticamente hasta la actualidad. De Perón afirma Larraquy que aunque Perón jamás rompió las reglas de juego político-institucional, las tensó de tal forma que la sociedad quedó dividida en torno a su liderazgo. Y, añado yo, sigue dividida desde entonces.



Abunda Larraquy: Perón concibió a la fuerza policial como un cuerpo político. En sus dos primeras presidencias, esa institución vigiló, encarceló y torturó a dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles de la oposición; también fue un obstáculo para las conspiraciones internas de los militares contra el gobierno. El propio Perón tampoco escatimará amenazas de violencia. Aaí, el 2 de agosto de 1947 formulará ésta: Yo les aconsejo siempre a nuestros capitalistas que sepan dar el treinta por ciento s tiempo, porque si no van  a perder todo, hasta las orejas... Si no lo entienden, yo  les he dicho también que el día que las masas se lancen a colgar, yo no voy a estar de parte de los que deben ser  colgados; preferiré estar del lado de los que cuelgan. Puestos a ser precursores de terrores futuros, bajo el mandato de Perón abundaría la figura del desaparecido y se presentarían, aunque fuera en forma de acusación, los primeros “vuelos de la muerte”. Veamos: Los panfletos impresos por la militancia de la Acción Católica fueron uno de los resortes que tuvo la Iglesia para defender sus espacios y conspirar contra la estabilidad institucional. Eran repartidos en las instituciones católicas y estudiantiles, y entre las Fuerzas Armadas. La ofensiva pastoral denunciaba no solo las torturas del peronismo, sino también más de cuatro mil casos de desapariciones. Los panfletos presentaban casos improbables de esqueletos que habían sido descubiertos bajo tierra en los basurales de la ciudad, en el actual empalme de la avenida General Paz con la Ruta Panamericana, y también mencionaban cadáveres transportados por aviones y arrojados al Río de la Plata. También se referían a quemas clandestinas de opositores a Perón en la Chacarita, organizadas por la Policía Federal, con conocimiento de su jefe, el general Miguel Gamboa. Aunque las desapariciones no podían ser constatadas con nombres y apellidos, la información circulaba en la sociedad y comenzaba a roer el tejido político oficialista. Sea cierta o no la acusación, es bajo el peronismo cuando se da la primera desaparición política bien documentada, la del médico comunista Juan Ingalinella en junio de 1955: Se cree que el cuerpo de Ingalinella fue tirado al río Paraná o cremado. Fue el primer caso de desaparición forzada por razones políticas.



                Para acabar con Perón murieron algunos centenares de civiles (el bombardeo de la Casa Rosada y Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 fue relatado por mí en mi novelita Memorial de Santa Elena, publicada por Arguval en 2004). Después morirán otros cientos a causa de la represión de los regímenes militares que le siguieron. Pero también Perón alentó el asesinato de los opositores, que desde el peronismo son llamados gorilas. Leamos palabras del propio Perón una vez depuesto: El enemigo debe verse atacado por un enemigo invisible que lo golpea en todas partes, sin que él pueda encontrarlo en ninguna. Un "gorila" quedará tan muerto mediante un tiro en la cabeza, como aplastado "por casualidad" por un camión que se dio a la fuga. Los bienes y las viviendas de los asesinos deben ser objeto de toda clase de destrucciones mediante el incendio, la bomba, o el ataque directo. Esta lucha debe ser implacable, recordando que en cada "gorila" que matemos está la salvación de muchos inocentes ciudadanos que si no, serán muertos por ellos. Los gorilas deben llegar a la conclusión de que el pueblo los ha condenado a muerte por sus crímenes y que morirán tarde o temprano en manos del Pueblo. Los medios para eliminarlos importan poco, hemos dicho que a las víboras se las mata de cualquier manera.

                Una vez depuesto Perón e iniciada una despareja Resistencia Peronista que en los años 60 desembocaría, al calor del guevarismo y financiada desde la  Cuba castrista, en una guerrilla y terrorismo que llevará al país al filo de la revolución y la guerra civil para desembocar en el golpe de Videla de marzo de 1976, el ejército argentino, que irá derribando a presidentes civiles como Arturo Frondizi en 1962 o Arturo Illía en 1966, se dividirá en dos facciones enfrentadas, siendo la vencedora en ese pulsa la facción llamada azul y encabezada por el general golpista Juan carlos Onganía (1966-1970): Para los azules, "más allá de sus abusos de poder y su demagogia", el peronismo era una fuerza nacional y cristiana que había "salvado" a la clase obrera del comunismo. Si se lo proscribía, en cambio, se los forzaba a la insurrección o a las acciones gremiales conjuntas con la izquierda, como había sucedido en las huelgas petroleras y en el frigorífico Lisandro de la Torre.



                Los intentos de reconducir el peronismo a un papel moderador serán baldíos y trágicos. Alentador de la violencia con tal de volver al poder, desde su exilio madrileño Perón irá mimando a esa juventud maravillosa que moría y mataba al grito de Perón, Evita, la Patria Socialista. Al regresar al poder, romperá con todos ellos y apostará por los que claman por Perón, Evita, la Patria Peronista y consentirá la aparición de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) de José López Rega. Fue criminal la guerrilla de Montoneros, FAP, FAL y ERP. Fue criminal la Triple A. Fue criminal el régimen de Videla (Larraquy detalla toda esa violencia y su organización, que será especialmente minuciosa durante el videlato).Y fue estúpido, cerrando el ciclo, el intento en febrero de 1989 de asaltar el cuartel de La Tablada en Buenos Aires: 11 soldados y policías y 32 guerrilleros muertos en plena agonía de la presidencia de Alfonsín mientras Menem afilaba sus patillas. Son cosas de mi dulce y áspera Argentina. Hoy es además 25 de mayo, fiesta patria de aquella gran nación. Entre tanta sangre y amargura, entono su himno y repito Al gran pueblo argentino, salud.

martes, 15 de mayo de 2018

Lecturas: La profanación. El robo de las manos de Perón. El secreto mejor guardado de la Argentina (Claudio R. Negrete y Juan Carlos Iglesias)



Una vez más, un libro sobre Perón. Y el segundo que cae en, ejem, mis manos sobre el destino incierto de las de Perón. El anterior fue Nabot, Damian, y David Cox: Perón, la otra muerte. Buenos Aires: Ágora, 1997. En aquella ocasión, aunque algo ya sabía del caso, sucedido en 1987, el libro, del que ya poco recuerdo, me dejó un regusto sensacionalista, de testigos desaparecidos en circunstancias sospechosas. Pura mafia y novela negra. El que ahora nos ocupa tiene los mismos mimbres, y con una insistencia machacona en que al juez Far Suau lo asesinaron. Pero vayamos por partes. 



Muñeco de Perón hecho por el artista (peronista) Daniel Santoro


En julio de 1987 tres políticos peronistas recibieron una nota firmada por “Hermes IAI y los 13” acompañada por un trozo del poema que Isabel Perón había escrito en homenaje a su marido y dejado enmarcado en el interior de la cripta del panteón familiar en la cripta familiar del cementerio porteño de La Chacarita. Esa nota decía lo siguiente: 


Por la presente llevo a su conocimiento que con fecha 10 del corriente mes y año, el grupo al cual represento procedió a retirar o amputar las manos de los restos de quien en vida fuera el teniente general Juan Domingo Perón, en la bóveda ubicada en el cementerio de la Chacarita, sito en esta, por ahora, capital federal , hallándose manos, anillos y el sable del nombrado a buen recaudo y por ende en nuestro poder. Trataré de ser breve y explicar los motivos de dicha acción. En el año 1973, el general contrajo por servicios que le fueron prestados la deuda de ocho millones ($ 8.000.000 USA), la cual posteriormente nunca abonó al igual que sus posteriores sucesores políticos, por lo tanto ésa es la suma que exigimos por la restitución de sus manos. Somos conscientes de que nos enfrentamos a todo el país, a todas las fuerzas de seguridad, policiales y diversos organismos de inteligencia con los que cuenta el Estado, como también lo somos de que de no cumplirse con lo reclamado o ante cualquier eventualidad desfavorable a nuestros intereses dichos restos serán destruidos y pulverizados lo que dejará al ilustre prócer incompleto para toda la eternidad, al igual que el museo que piensan erigirle. Si tanto el movimiento como el gobierno quieren aprovechar dicha circunstancia para hacer política no nos incumbe, sólo hay una realidad, y es que si en el lapso de 15 días a partir del primero de julio del corriente año no fue finiquitada la presente operación, manos y sable correrán la suerte anteriormente mencionada, de usted depende el final de esta historia o mejor dicho la responsabilidad histórica de los acontecimientos. 


Como muestra de veracidad de lo expresado, se adjunta a la presente la mitad de la carta escrita por la viuda del general, señora María Estela de Perón, la cual se encontraba en un marco sobre el “ex nicho blindado” que guardaba los restos del extinto. Como primera medida, y para saber si nuestras exigencias fueron comprendidas o aceptadas, el día primero de julio (miércoles) colgar ante las ventanas del primer piso de esa sede partidaria dos banderas justicialistas. De no ocurrir así, interpretaremos que no existe interés por lo que no esperaremos los días mencionados y procederemos de resultancias. Se deja constancia que nuestra comunicación será por este medio. Lo saluda a usted muy atentamente. 

HERMES IAI y los 13 


Efectivamente, el panteón había sido asaltado, profanada la tumba, cortadas las manos y hechas desaparecer junto con la gorra y el sable del general. También el poema enmarcado, que acompañaba fragmentado ahora las tres copias de la carta como señal de autenticidad. Nada volvió a saberse de las manos ni del sable ni de la gorra, ninguna comunicación, ninguna respuesta oficial. La policía se puso en marcha con nulos resultados, aparecieron anónimos y delatores que sirvieron sólo para embarrar la investigación, murió el juez Jaime Far Suau, en accidente de tráfico que al menos Negrete y Suárez tildan de asesinato, murió tal vez por una paliza uno de los sepultureros que estaba de servicio la noche de autos, murió a consecuencia de un ataque Carmen Melo, una mujer que deambulaba por el cementerio a horas no habituales, y sobrevivió a un atentado el comisario Carlos Zunino, mano derecha de Far Suau. Todo muy chocante. Para los autores (Cox y Nabot apostaban por una implicación de la masonería de la logia Propaganda Due y su líder, Licio Gelli), recogiendo palabras de un testigo, lo sucedido pudo ser “una operación política realizada por resabios de los servicios de inteligencia de la dictadura o algún grupo interno del peronismo que bien podrían ser los Montoneros”. También llegan a la conclusión de que “De los distintos informes e interpretaciones surgidos en todos estos años aparece como denominador común la probable participación de ex miembros de las fuerzas de seguridad, uniformados y civiles, en la profanación”. Atrás quedan interpretaciones como una posible venganza masónica o las noveleras de que las manos eran necesarias para usar la huella dactilar para acceder a una cámara acorazada en Suiza (una tecnología que aún no se usaba) o la recuperación de un anillo con un código grabado que daría acceso a ese tesoro.

Han pasado treinta años. Nada más se supo. Nada más se sabe.