El verano, para llevar a la
playa, impone lecturas leves. De ahí que optara por esta novela de Terenci Moix
que presumía liviana, cascabelera y mala. Por lo tanto, gato por gato. Nada que
objetar. La contraportada hablaba de que este tomo cerraba una trilogía
iniciada por “garras de astracán” y continuada por “Mujercísimas”. Como el
grosor de la primera desaconsejaba el acarreo playero y la segunda no la tengo.
Así pues, p’adelante y a la tumbona. El inicio del libro prometía, tras una
portadilla que presentaba el volumen entero como “Del diario privado de Miranda
Boronat y todo cuanto les ocorriuvo a sus ochenta mejores amigas y sus coleguis
tortilleros al amparo del mega-divino Niño Jesús de Praga”. El arranque de la
ficción dice así: “Hallábame yo pía y contrita en el entierro del honorable
Jordi Pujol, presidente que fue de la Généralité de Catralogne, y no salía de
maravilla al apreciar el estado de la momia, tan linda como lo fue en otro
tiempo la de Evita Perón, loa y prez de la Argentina. Pero ni los laureles
acumulados por el prócer local, ni la habilidad demostrada conseguían evitar
que algunas partes empezaran a descomponerse, proyectando sobre las montañas de
Montserrat un desagradable olor a marisco fermentado.”
Lo que pudo haber sido
(y no, no fue)
A partir de ahí, el diario sin
fechas de Boronat, lleno de descerebradas amigas, en las que la narradora
incurre en horrores gramaticales recurrentes al articular el pretérito pasado,
de forma que si el erróneo “andó” es anduvo, todo será pensuvo, agarruvo,
escribuvo y así. Seguiremos a esta pandilla de millonarias y burguesas en un
periplo que les lleva a Manila a buscar sirvientas, a Praga a curiosear a su
Niño Jesús y a Londres para rendirle honores a la difunta Diana de Gales. Lo
mejor del libro, que es revoltoso e insustancial, es que incluye a un
personaje, el Autor, que es el propio Moix, que se retrata sin complacencia y
que al final es señalado como inmisericorde plagiario de Boronat, de la que
reproduce tal cual el diario, que le había pedido prestado, para publicarlo tal
cual bajo el nombre propio del autor. En una maniobra pirandelliana, Miranda,
en las páginas finales, encuentra el libro en un escaparate de una tienda de librería
religiosa en Sevilla: “Allí, entre un sinfín de objetos religiosos, destacaba
un volumen de Chulas y famosas
situado entre unos modelitos de rosarios digitales y la última moda en
escapularios prêt à porter. Como el
libro acababa de salir no habrían tenido tiempo de comprobar el azufre que
destilaban sus páginas, fiándolo todo a la portada, que era como de Semana
Santa. A mí me encantó. Representaba a Myrna Lamour, guapísima, ataviada con
una mantilla plateada, antigua sin la menor duda. Las perlas del cuello y la
muñeca eran una divinidad. Sólo me extrañaba que mi íntima amiga tuviese expresión de mala hostia y, sobre todo, que
empuñase un cuchillo en lugar de un rosario. Vamos, que parecía una novela
policiaca. Lo cual me dio mala espina”.
Más adelante, transcribe el texto
de la contraportada, describe la foto del Autor del mismo sitio, menciona el
prólogo de Pere Gimferrer. Elementos todos que efectivamente se corresponden
con el libro físico, como es el caso de la edición de bolsillo que manejo, dos
años posterior a la edición primera en tapa dura. Con esto, se cumple un juego
autorial que sólo es estropeado, y cómo, por la última página y media del
libro, un dislate bobo que lo convierte en uno de los peores, e insustanciales,
finales de novela que recuerdo.
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