La decimocuarta novela
(entendiendo la trilogía Tu rostro mañana
como tres títulos) de Javier Marías. De ellas, he leído ocho. O puede que
nueve, tan caprichosa es la memoria. Con gran placer en cinco casos, y con
creciente hastío en la serie tripartita ya citada. Aquí, en el título que
reseño, vuelve a la eficacia de Todas las
almas o Corazón tan blanco. Sin
renunciar a la frase laberíntica, los párrafos sin apenas interrupciones, a la
repulsa del abominable punto y aparte. Con la distancia habitual en sus
personajes, que cuentan habitualmente lo sucedido a otros, con peripecias que
sólo afectan, aparentemente, sólo de forma superficial al narrador, Marías, en
apuesta caprichosa, centra los hechos en los años ochenta del siglo pasado, en
los coletazos de la Transición. Son hechos que el narrador, ahora maduro y
entonces joven, narra con oculta melancolía y que se centran en la hostilidad
de su empleador, un productor de cine, hacia su esposa a la que repudia y
rechaza constantemente. Obviamente, el conflicto de pareja termina siendo un
problema triangular, al que se suman otros elementos tan necesarios a la trama
como enervantes. Entre ellos, en un procedimiento habitual en Marías, que gusta
de incluir cameos breves de amigos, deslumbra la presencia del académico
Francisco Rico, que comparece aquí pleno de ingenio, caprichoso y pedante, en
una creación cómica que sirve para contrapesar los elementos más tensos del
relato. También, aquí y allá, aparece la sombra de Jesús Franco, cineasta con
el que a veces colabora el productor y que era, además, tío materno del propio
Javier Marías Franco. El deseo, el engaño, la lealtad, el secreto, son los
elementos que combina esta ficción que se mantiene con notable consistencia
hasta un final dramático en el que lo malo llega y establece su reinado.
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