Stalin ha muerto (bueno, no en España donde lo quieren resucitar con insensato entusiasmo). Vasili Grossman, de quien ya había leído "Vida y destino" y "Años de guerra", además de la biografía-antología "Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945" de Antony Beevor) se siente libre al fin, se pone a escribir una novela sobre un superviviente del Gulag que vuelve a casa, y lo que comienza como una novela excelente se convierte en un ensayo político. Las andanzas de Iván Grigórievich en un Moscú anodino en el que es fácil cruzarse con sus delatores, en el que no hay todavía justicia pero tampoco rabia por tanta sangre derramada, dejan paso, entre los capítulos 18 y 25 (el libro termina, apresuradamente, en el capítulo 27), a un vibrante alegato contra Lenin y, sobre todo, contra Stalin. Que tampoco, la verdad, aporta nada nuevo a los que estamos convencidos de que el mayor error del siglo XX (y del XXI, ojo) es el comunismo. Desconcentra mucho ese alegato contra el monstruoso régimen. Incluso molesta. Es como si Grossman sintiera la necesidad de decir claro, sin ficción, lo que le parecía el comunismo soviético. Una vez desahogado, cansado, decide terminar abruptamente la novela. Una pena. De las grandes. Tal vez una decepción. Pero es difícil enfadarse con alguien como Grossman.
Noticias de ayer, ¿y de mañana?
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