Entre la añoranza y la evocación, el concierto “Danzas sinfónicas” de la OFM reúne melodías de Rusia, Argentina y España
Tras una apoteosis de la danza, que es como Wagner llamó a la Séptima Sinfonía de Beethoven, llegan al Teatro Municipal Miguel de Cervantes las “Danzas Sinfónicas”. Bajo este título genérico, la Orquesta Filarmónica de Málaga ofrece un ecléctico programa los días 2 y 3 de diciembre. A la batuta el israelí Yaron Traub, director de la Orquesta de Valencia, al arpa Cristina Montes, y en los atriles el Capricho Español, op. 34, de Rimski-Korsakov, el Concierto para arpa, op. 25, de Ginastera y las Danzas sinfónicas, op. 45, de Rachmaninov.
Korsakov, en la época de los barcos
Esta vez, lo que late al fondo de esta música es la idea de patria, de terruño, de nación. Por lo tanto, de nostalgia. Por un suelo dejado atrás, o por otro paisaje, pero igualmente añorado, que se reinterpreta desde la sensibilidad que le es propia al autor. Pero quizás empezamos a enredarnos con suspiros y postales borrosas. En el caso de Nikolai Rimski-Korsakov, se trata de un homenaje a España hecho desde la distancia. A una España que desde Rusia se vio algo así como la tierra de don Quijote habitada por soñadores apasionados, tan generosos como violentos. Así fue desde los tiempos de Pushkin (en el Museo Romántico, que ahora llaman Museo del Romanticismo, en Madrid, se muestra una exposición sobre el poeta ruso y el arte que le rodeó), y así siguió siendo hasta, al menos, nuestra Guerra Civil. Es la cumbre de la música española escrita por un extranjero. Por alguien que apenas pisó nuestro país como oficial de la Marina Imperial Rusa en el que fue su único viaje que pasó por España bajo tal condición (y que llevó tres años de navegación). Aquí pudo ver, durante tres días de 1862, retazos de sol en Cádiz, color local, posibles rasgueos flamencos. Motivo, en suma, para servir de iluminación más o menos súbita en 1887, cuando había dejado la Marina tras eliminarse, tres años antes, su pintoresco cargo de Inspector de Bandas Navales de Música, y como pasatiempo entre dos composiciones más ambiciosas, tomando como fuente básica una colección de canciones de José Inzenga titulada “Ecos de España, colección de cantos y bailes populares” aunque también pesó sobre quien fuera marino las páginas españolas de su compatriota Glinka. El efecto de esta suite orquestal en cinco partes (“Alborada”, “Variaciones”, “Alborada”, “Escena y canto gitano” y “Fandango asturiano”) se plasmó en su estreno parisino con el juicio de la crítica que la tildó como “una auténtica España rusa, de una presunción sonora absolutamente delirante”. En el cuarto número, que abre un redoble de tambor, la alternancia de instrumentos, entre los que un arpa imita ingeniosamente una guitarra, se descubre cuánto hay de verdad en la fama de esta españolada rusa.
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De Ginastera señalemos que, con la venia de Piazzolla y su adaptación del tango a un gusto moderno no poco experimental, es el principal compositor argentino, y que en su concierto para arpa el componente nacionalista, asociado a la apropiación de formas folclóricas, no está ausente. Pero la cercanía de la exultante ensoñación española de Rimski-Korsakov poco beneficiará al criollo y su machacona percusión. De Rachmaninov daremoos el dato de que sus “Danzas sinfónicas” datan de 1941 y son su última obra (moriría dos años más tarde). En el exilio norteamericano, podrido de nostalgia, de dolor interior, mientras era admirado casi universalmente. No fue un músico que mirara al futuro, apostando por nuevas fórmulas, como su paisano y también desterrado Stravinsky, sino a la gran música del XIX. Y, a lo que es más importante, a su país, su paraíso perdido que añoró tanto como se supone que lo haría el otro ruso de la velada con nuestra propia y ásperamente dulce tierra.
Artículo publicado en diario Sur el 26 de noviembre de 2011
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