Vidal me cae mal. Muy mal. Esa meliflua expresión de protestante con intereses económicos no del todo claro, sus peleas con Jiménez Losantos, sus bochornosas intervenciones recogidas en Youtube en las que asume el papel y los cometidos de un telepredicador enloquecido y falsario. Véase:
Aclarado esto, he de reconocer que junto a una desaforada grafomanía, el tipo aparentemente sabe de lo que escribe. O al menos sabe sacar partido de la bibliografía o de los recursos disponibles en la red. En este libro, poco aporta y mucho informa. Que Carrillo fue un criminal de guerra todos lo sabemos, y excepto los de su cuerda, lamentamos que muriera de viejito sin haber pisado no una checa sino una cárcel de la democrática y domesticada España. Que Stalin fue el mayor hijo de puta que conocieron los siglos es también algo que tampoco merece la pena repetir.
Aquí, sin la brillantez ni el rigor expositivo de, digamos, Julius Ruiz (ni tan siquiera de Jiménez Losantos), Vidal ofrece un paralelo entre dos de las mayores matanzas de prisioneros políticos del siglo XX: la matanza de Paracuellos del Jarama, ocurrida en las afueras de Madrid en 1936 y la masacre del bosque de Katyn, perpetrada por la NKVD soviética en 1940. Como si hiciera falta insistir en ello, ambos crímenes fueron silenciados por razones ideológicas mereciendo ambos el mismo tratamiento en términos de memoria y justicia.
Como él mismo dice, “Lo grave no es que se hable de los crímenes del franquismo. Lo intolerable es que se silencien los del Frente Popular”. En la primera parte, describe, tras un prescindible repaso de las ideas de Marx y de Pablo Iglesias (el fundador del PSOE, no el tabernero cavernario homónimo), el desarrollo de las matanzas de Paracuellos. En la segunda, casi con desgana, la de Katyn olvidando, por ejemplo, los intentos de camuflaje comunista de aquel horror, de cómo con documentos falsos se intento vender que la autoría era nazi. Un título básico como el Mackiewicz (tengo la primera edición, de 1960) lo demuestra.
Tras la que, en rigor, fue “la primera gran matanza sistemática de prisioneros políticos en la Europa occidental del siglo XX” de la que fueron culpables, en nuestra áspera España, tanto altos mandos del Frente Popular como asesores soviéticos, señalando la voluntad de “silenciar Paracuellos para no empañar el mito fundacional de la izquierda democrática” y desbarrar aquí y allá, en lo que acierta Vidal es en que “No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas con verdad y justicia para todos”. Amén (que diría no sé si él, pero sí yo como católico y anticomunista confeso).
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