Este libro es un tumor, una enfermedad, un goce. Algo muerto, molesto, que se lee con desagrado, con hartazgo, con desinterés. Con fascinación. Algo que es un ladrillo sobre la mesa, que pesa en las manos, que te hace seguir las peripecias de Roland y de su enamorada Susan Delgado sin que te interese un carajo lo que se digan, lo que les pase, lo que sientan. Sintiendo que cada decisión narrativa de King es un error pero sintiendo admiración de cómo es capaz de porfiar en ellas página tras página y durante centenares de ellas. Si alguien lee esto, que me crea: huyan de la serie de libros de La torre oscura. Quien no hemos caído en la tentación de leer a Tolkien (a que va a ser eso), podemos prescindir de esta lectura. No merecemos estas páginas. Que son ingratas, que son estúpidas. Que son magistrales. Porque por mucho que desperdiciemos el tiempo y los ojos y los músculos del brazo sosteniendo estas 921 páginas, sintiendo que es un sinsentido lo que vamos experimentando, que todo es confuso y tedioso, a la vez captamos, por mucho odio que esta novela me cause, que cada página es un portento de estilo, que tiene un mérito altísimo la capacidad de inventiva de King para trasladar un mundo que parece real de tan preciso en su fantasía. Qué capacidad para dar vida a lo que está muerto, qué voluntad de creación para no tirar la pluma a un pozo. Qué paciencia la mía como lector, y la de ustedes para leer este desahogo.
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