Que no es sino el hipotético aumentativo de mad, haciendo que la protagonista, Rose Daniels, pase a ser más loca. No sé, eso es lo que se me ocurre. Porque ese es el segundo temor de la protagonista, que no se le crea cuando ve que el cuadro comprado en una chamarilería va cambiando caprichosamente. El temor mayor es que su marido maltratador y psicópata la localice y acabe con ella. Rose busca comenzar una nueva vida en otra ciudad tras huir de Norman, su esposo policía y a ratos caníbal, siendo éste un villano que en su maldad está un peldaño por encima del esposo de Dolores Claiborne y a la pan de Randall Flagg. Hasta ahí bien. Hasta que sucede algo parecido a en Insomnia: King adopta una mala idea, se pone trascendente y hace que, nueva Alicia, Rose se introduzca en el cuadro. Dentro, revivirá una forzada actualización del mito del Minotauro. En la anterior novela, el mito a recuperar era el de las Parcas. Con resultado catastrófico. Aquí el destrozo no es tan grave. Pero lastra al libro. Y fatiga al lector que se encuentra defraudado al encontrarse con esa metamorfosis que parece buscar una respetabilidad que King no necesita. Habrá quien le parezca lícito, quien haya disfrutado con ese giro. No es mi caso.
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