Pocas elecciones hay que sean inocentes. Elegir este título de Julius Ruiz supone aceptar que existió algo así llamado. Por mucho que parte de la historiografía rechace que aquello existió y busque achacarlo a incontrolados y a señalar los datos de un terror blanco o azul, jamás de los que perdieron la Guerra Civil española. Pero los datos son tozudos. Es, por tanto, una lectura incómoda (y uso el término para anunciar su siguiente libro en ser reseñado en este humilde blog: Paracuellos. Una verdad incómoda). Circunscrito, con alguna excepción en sus capítulo final a lo que su subtítulo anuncia, Madrid 1936, es un relato aséptico de cómo se desarrolló la violencia desde las elecciones de febrero de aquel año, en el que no se omite el asesinato del teniente Castillo ni el de Calvo Sotelo. El caos de los primeros momentos, con el asalto al Cuartel de la Montaña, dará lugar a una represión, bajo la retórica del miedo a la Quinta Columna, que estuvo mejor organizada de lo que algunos quieren reconocer. Las sacas de las cárceles, los paseos animados por el imaginario de las películas de gánsteres en boga, los tribunales populares y revolucionarios, las disensiones entre los represores (siendo los anarquistas los más benignos), los campos de trabajo forzado para los presos (mucho se han difundido los campos de trabajo franquistas, pero de los republicanos chitón: Albatera lo crearon los republicanos), nada falta aquí. Como hipótesis llamativa, tenemos la sugerencia de que el Gran Terror estalinista, sus purgas, se desarrollaron como imitación del Terror Rojo español de 1936. Interesante, pero, añado yo, se obvia la cronología con el asesinato de Sergei Kirov en diciembre de 1934 y que en los siguientes meses ya se puso en marcha la maquinaria asesina soviética.
Para quien quiera saber si Carrillo fue culpable y si el ancianito fumador y amable y contertulio de la SER fue un criminal de guerra, la respuesta es afirmativa. Algo que en el libro sobre Paracuellos el británico Julius Ruiz precisará con mayor detalle. Con multitud de nombres, el lector tiene en este volumen de ahora la opción de buscar en la red el destino de quien plazca: muy a menudo encontrará que fueron fusilados por el franquismo, pero callando (hay una 15-M pedia, de inspiración podemita) su pasado como asesinos y represores. Éste es nuestro país, nuestro desdichado y mezquino país, donde se aplica, bajo la excusa de la ignorancia y la propaganda, la condena moral, e histórica, sobre una de las partes. Mi abuelo falangista y mi adorado tío-abuelo exiliado, me hacen señalar y condenar todos los crímenes, los del criminal franquismo y los de la criminal República. Queda dicho.
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