Dejado a un lado el perfecto y cargante Monsalud, a quien ni se menciona, es Pipaón, eliminado el Bragas tan chabacano de su apellido verdadero, quien se regodea en su fortuna que le hace acceder a la misma corte, donde se cree apreciado pero donde se le ve como un tonto útil y no poco inútil. Pagadísimo de sí mismo, en primera persona y oportunista como pocos, Pipaón es un correveidile, un mindundi, que muda de camisa, y de casaca, según sople el viento. Si en el episodio anterior era simpatizante de los liberales, ahora es un absolutista que elogia cada medida del narizotas ensalzándolo hasta extremos nada razonables. Asistamos a su prosa, que empieza hablando de cómo el rey premia la lealtad de los suyos: En cuanto a la mía acrisolada, continuó sin más premio por entonces que el antiguo destinillo en la covachuela, y hasta después del 10 de Mayo y de la caída de la Mamancia y de la entrada en Madrid del encantador Fernando, no di señales de adelanto en mi carrera. ¡Oh, qué días aquellos! ¡Cuánta ansiedad sentíamos los buenos patricios, esclavos de la libertad, suspensos entre la vida y la muerte, sin saber cuándo veríamos el fin de la horrible tiranía de los mamones, caparrotas, cuácaros, lameplatos y ceposquedos, pues estos y otros graciosos nombres daba a los liberales en su Atalaya de la Mancha el reverendo Padre Castro! ¡Y qué trasudores y congojas experimentamos en todo Abril, ora creyendo segura la llegada del Rey con el desquiciamiento de todo el catafalco constitucional, ora sospechando que los infames francmasones nos secuestrarían al suspirado Rey, haciéndolo perdidizo en cualquier desfiladero, para encajarnos la república Iberiana, que tanto daba que hablar en los barrios bajos y en los claustros de mendicantes!
¿No es bastante? Pues veamos esta disparatada apología del Deseado ya en el primer capítulo del libro. No tiene desperdicio: ¿A dónde está FERNANDO? Hechizo de mi corazón, ¿a dónde te encontraré? ¡Mi alma no acierta en la efusión de su placer a expresar de ningún modo los sentimientos de que se halla inundada! ¡Mi memoria... mi voluntad... mi entendimiento, sí!... Todo es vuestro, ¡Dios Eterno! Pero si FERNANDO está en vos y vos en FERNANDO, en vos mismo gozaré de su amorosa presencia; sí, Dios Omnipotente, permitid que me regocije en vos, pues que vos le elegisteis desde vuestros eternos alcázares para nuestro digno REY; vos le perseverasteis con vuestra providencia en el principio; vos le guardasteis bajo la sombra de vuestras divinas alas...; vos le quitasteis de un suelo manchado con tantos crímenes, para que no presenciase el espantoso castigo con que ibais, aunque tan lleno de misericordia, a castigar a tus hijos... sí, amado FERNANDO... sí, apetecido consuelo de todas nuestras aflicciones... sí, hermoso y deseado iris en todas nuestras horribles borrascas... tus fieles y huérfanos hijos te lloraron como miserables pupilos, y no hubo un placer verdadero en sus amantes corazones, considerándote cautivo...
Semejante mamarracho, sometido a lo que cree una aventura galante en palacio, quedará en las últimas páginas, burlado, empapado y sin novia en unas escenas deliciosas y dignas de la mejor comedia. Sic transit...
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