Tenía curiosidad por Murakami, ya que confieso que la literatura japonesa es una de mis grandes lagunas como lector (a lo sumo, una lectura juvenil de los "Ise Monogatari" de Ariwara no Narihira, y algunos escuetos volúmenes de Mishima, más algunas páginas de Kabawata). Murakami, con su prestigio, su nombre "nobelable", era un autor que estaba reclamando su poquito de atención. Y por esas cosas de elegir un título del catálogo del Círculo de Lectores (ahora caigo en la cuenta de lo antiguo que queda, lo poco exquisito que es reconocerse socio del Círculo), opté por este volumen de relatos. Que ha alejado de mí la sospecha de que eras un japonés lo suficientemente exótico (o meramente japonés) como para que, en su día, el inefable José Luis Rodríguez Zapatero lo reconociera como uno de sus autores favoritos. Fuera de mí ese prejuicio (a la vez que Zapatero se engrandece merced a la nefanda torpeza de Pedro Sánchez). Murakami, a la vista de este libro, es un inmenso escritor. Bravo por Murakami y hasta bravo por ZP.
Aunque las historias tienen todas finales abiertos, no sentimos que estén incompletas como sucedía, con cierta arbitrariedad que llegaba a ser sádica, con los relatos de Roberto Bolaño. Aquí tenemos, a través de siete relatos sobre hombres privados de mujeres (nos encontramos con una galería de viudos, de traicionados, de amantes frustrados) en el Japón actual. De los siete cuentos, sólo uno, "Samsa enamorado" que poco imaginativamente da la vuelta a "La metamorfosis" de Kafka con la estampa de un bicho que amanece siendo persona, desmerece el conjunto. Y el que cierra el libro y también le da título, es una obra maestra. Un emocionante y sereno, púdico y delicado, retrato de la ausencia. Una exquisitez como pocas veces he encontrado.