En la novela previa, Pamuk había matado a un personaje cuyo hermano se dedica a entretener el tedio revolviendo viejos archivos otomanos. El personaje que era investigador nos ofrece ahora el resultado de esa búsqueda abúlica: el manuscrito que son unas memorias de un prisionero cristiano en la Turquía del siglo XVII. O puede que de su captor. El tono, en primera persona, y sin nombres de los dos personajes principales, recuerda por su dicción a la de Bomarzo de Mujica Laínez. Pero aquí no se consigue una novela tan redonda. Cuestión de gustos. Al fin una novela de Pamuk que no me entusiasma. La idea de que en ese Estambul esplendente y misterioso el cautivo y el que será su tutor sean casi idénticos y que se inicie ahí un juego de vidas posibles, de destinos y sinos comparados, sólo funciona en los primeros compases del relato para caer en un rutinario juego que decae pronto y lleva al hastío. Para enseguida,en el tránsito de una página a otra, resolverse con un cambio de identidades y un cierre insatisfactorio. En fin. Próxima parada pamukiana, El libro negro.
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