martes, 16 de junio de 2015

Málaga del Romanticismo según García de Cortázar

 [Artículo publicado en diario Sur el 5 de diciembre de 2008]

            Se suele fijar en el siglo VII antes de Cristo la fundación de la ciudad que hoy llamamos Málaga. Un nacimiento, pues, que sitúa los orígenes de la ciudad antes incluso de los de la potencia que la dominaría y le daría el estatuto de municipio: Roma. Pero basta con dar un paseo por el centro histórico de la ciudad para comprender que, aparte de los valiosos vestigios romanos o árabes, lo más característico del paisaje urbano es su datación mayoritaria, apabullante incluso, en el siglo XIX. Ni las modestas pero numerosísimas factorías de salazón de pescado, que dieron su nombre de Malaka a la ciudad, ni el Municipio Flavio Malacitano, ni incluso la Malaqa del periodo árabe son perceptibles a simple vista, no convencen de que el momento decisivo, su hora de excelencia, esté en la Edad Antigua ni en el Medioevo. Que esos vestigios ilustres son elocuentes interrupciones de un paisaje romántico es algo notorio. Tal vez por ello Fernando García de Cortázar ha situado en Málaga el momento el Romanticismo dentro de las páginas de su nuevo libro “Breve Historia de la Cultura en España”.

            La ruptura

            Esa ruptura de Málaga con su herencia de siglos, esa especie de refundación del paisaje, es algo que ya se constataba en la propia época romántica, cuando un viajero inglés citado por García de Cortázar escribe: “En Málaga se encuentra poco de las costumbres de Andalucía. El viajero verá más de una alta chimenea de rojos ladrillos, importación no muy poética de la laboriosa Inglaterra. Si es inglés oirá con frecuencia hablar su propia lengua y no sólo en labios ingleses, sino también españoles. Percibirá, en suma, que el progreso ha puesto pie en las orillas de España”. En esta irrupción del progreso en Málaga, en el asentamiento de la Revolución Industrial que entre nosotros representa la figura de Manuel Agustín Heredia, sus industrias y altos hornos, está la razón de que los viajeros que buscaban en la ciudad el exotismo de raíces arábigas, un modo de vivir lleno de azar y emociones, se encontraran defraudados. La ciudad emocional y arábiga se había convertido en industrial y europea. Con acierto, señala García de Cortázar: “Málaga no sólo era historia, no era una lírica renuncia al presente ni un monumento arqueológico donde encontrar lo que se echaba de menos en el propio país. La ciudad había cerrado la puerta de la melancolía tras los negocios de su burguesía. Su reflejo en el espejo de las aguas no era el de una civilización perdida, sino el de la nueva era que se anunciaba con la fábrica y el vapor: la era de la industria y del capital”. Es significativo que este retrato de la ciudad en el Romanticismo sea vigente para la ciudad de este comienzo del siglo XXI.

            Burguesía

            El siglo XIX es el de la consolidación de la burguesía como principal clase social, una burguesía que en Málaga es especialmente activa y especialmente volcada hacia el exterior, una vocación cosmopolita también fundamentada en el origen extranjero de gran parte de estas familias. “Las Heredia y los Larios había ido a Londres y París para cimentar sobre ejemplos firmes el ensayo industrial. Se estrechaban las relaciones comerciales e industriales con Inglaterra y las familias acomodadas vivían un poco a la inglesa, pensaban un poco en inglés, consideraban indispensable tomar té y hablar mejor o peor la lengua de lord Byron, quien había pasado por la costa andaluza igual que un fatal meteoro”. Es la ciudad que preside hasta 1865 la producción y comercio de hierro en España, que vive una gran actividad comercial, un trasiego permanente de personas y mercancías en torno al puerto en medio del oasis de quietud y tradición del resto de Andalucía.


          La aventura liberal



              No sólo la Plaza de la Merced con su obelisco funerario y sentencioso, sino especialmente el Cementerio Inglés, atestigua la pasión por la libertad de esa ciudad impaciente e inquieta, un lugar al que García de Cortázar atribuye su debida importancia simbólica: “Tras la verja del cementerio inglés de Málaga, en una ladera escarpada que la ciudad confina indiferente en medio de automóviles y edificios, muda frente al húmedo rumor del viento, halla hoy el viajero la desolación de la quimera”. Allí, la tumba de Robert Boyd, el único ausente de la Plaza de la Merced, proclama la sagrada causa de la libertad y el martirio y la amistad junto a Torrijos. El Londres que a Boyd y Torrijos es también el lugar en el que los exiliados del absolutismo preparan sus conspiraciones y formulan sus teorías y proyectos, el mismo lugar al que los burgueses de Málaga consideran el referente y meta de sus negocios, el lugar desde el que el Romanticismo irradiaba con sus héroes de acero, con sus amores de ceniza. Las ansias, la insatisfacción, el vértigo del activismo, de la reforma, de la vida nueva que buscaron los románticos, tiene en Málaga su destino, su cenotafio, su símbolo. En el centro de una plaza en la que habrá de nacer un pintor revolucionario, en la lápida de un cementerio en una ladera y frente al mar, en las arenas ensangrentadas de la playa de San Andrés y que teñirá poemas y cuadros. 



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