De las pocas gratificaciones que me aportó estudiar Filología una de las más deleitables fue descubrir la literatura francesa medieval. Más allá de la Chanson de Roland, o de las gamberradas de un irreverente poema anónimo sobre una peregrinación a Jerusalén en clave macarra, es la materia de Bretaña, la literatura artúrica, un género literario provisto de un encanto especial y que produce, cual sirena sobre la roca, la tentación del regreso. De ahí que decidiera probar fortuna con este volumen, que ofrece lo mismo pero desde el remoto norte. Para quien no haya tenido el gozo de conocer las ficciones de Chrétien de Troyes, será una grata lectura. Para los que ya hayamos pasado por esa experiencia, será un hastío. Me explico. Se recoge aquí la traducción española de las traducciones que en el medievo se hicieron al noruego de varias de las novelas de Chrétien, despojadas de lo que el rubicundo traductor consideraba presscindible: Erec y Enide, El caballero del león y Perceval o la historia del grial encuentran aquí su versión nórdica e inferior. A lo que se une una versión de la historia de Tristán e Isolda, algunos lais bretones y un fragmento de la Historia de los Reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth. Cosas que se leen con agrado si se desconocen previamente. Pero no es el caso. Supongo que la prueba por hacer de leer el Quijote en español en un volumen que fuera la traducción española de la traducción inglesa, por caso, puede llevar a una perplejidad, un hastío, similar.
Salvaré, por salvar algo, la rareza de que la historia de Tristán e Isolda (aquí Tristram e Ísodd) sitúa al enamorado con mando militar en España, una nación que previamente estaba gobernada por el rey al que arrebata el reino nada menos que un monarca ruso: Elemmie de Hólmgardr. El español depuesto recibe el nombre de Hlödvir. Nada menos.
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