Viene a ser, si queremos quitarle méritos, el precursor de Philip Roth. Con "Las aventuras de Augie March", Saul Bellow introduzco el héroe (antihéroe) de Roth: judío, urbano, desengañado, existencialista. Tal vez porque Bellow se llevó el Premio Nobel de Literatura, en 1976, es posible que el veleidoso comité sueco nunca se lo dé a mi admirado Roth. De Bellow ya algo se ha comentado aquí, ponderándolo casi con entusiasmo. No será éste el caso. Primera novela suya, "El hombre en suspenso" tiene todos los vicios del Bellow posterior y apenas ninguna de sus virtudes.
Aquí, la tendencia a la introspección al filosofeo (filoso, feo) es exasperante. Seguimos el diario íntimo de un canadiense que reside en Estados Unidos en 1942 (la novela es de 1944) y que espera que la burocracia se desenrede y le permita incorporarse voluntario a filas. Acompañado por su esposa, y habiendo abandonado su trabajo, entretiene la espera rellenando el diario que leemos. Poco más, casi nada más, hay en esta novela lenta y enojosa. Abro el libro al azar. Copio las primeras líneas de la página:
"-¿Y la respuesta?
-Recuerdo lo que escribió Spinoza, que ninguna virtud puede considerarse más grande que la de intentar preservarse uno mismo.
-¿A toda costa, uno mismo?
-No lo entiendes. Uno mismo. No dijo la vida de uno. Dijo uno mismo. ¿Ves la diferencia?"
Así todo el libro. No digo nada más.
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