Hastío. Grande, árido. Lento. Como si intentara repetir aquello de Luis Miguel Dominguín tras el revolcón con la diosa, uno ha aguantado la lectura de los tres abominables tochos sólo para contarlo. Para intentar saber qué, qué, Dios mío, ha visto tanta gente para poner estos tres libros por encima (e incluso en vez de) ningún otro. Yo los pondré (pongo a Dios por testigo) encima del contenedor de papel reciclado a las 7 y cuarto de la mañana. No lo he llegado a entender. Ni, francamente, entiendo por qué la editorial ha llegado a poner en la contraportada un llamativo reclama que, para algunos, será cierto: "TOTALMENTE ADICTIVA, ÉSTA ES UNA NOVELA QUE TE OBSESIONARÁ, TE POSEERÁ Y QUEDARÁ PARA SIEMPRE EN TU MEMORIA". Tal cual, con un par. La madre que. Por mi parte, ni adicción, ni obsesión ni memoria. Indiferencia, y un creciente rebote reaccionario que me convierte en casi un calvinista enlutado con ojeras y gesto torcido.
Porque la diosa que lleva dentro la muchacha de los azotes y el señor Grey y su puta madre no merecen ni empatía, ni interés. Ni siquiera la rabia que saco, convertido en otro tiparraco con látigo, en esta reseña. Pero es que un libro tan malo, y tan extenso, es difícil de perdonar, de justificar. Entre los tres de "Sí, ésta es la trilogía de la que habla todo el mundo" (según blasonan las pegatinas de las cubiertas), éste es el más gordo, el más notoriamente malo. Ni las ternuras y zozobras, ni la debilísima trama criminal ni la sucesión fatigosa de coitos bastan para animar al lector, para sostener el esfuerzo, casi titánico, de no desesperarse y reciclar, ya, el libraco y sus hermanos. Eso será mañana, ya digo.
En este, además, se incluye un ridiculísimo epílogo, que en una sección muestra a la pareja con un retoño crecido y otro en camino disfrutando de un polvo silvestre con bartola y la parentela despistada entre los matojos, otra que retrata al niñato de las tundas en sus primeras navidades felices allá cuando infante, y finalmente el primer encuentro entre la pánfila y el baranda desde el punto de vista de éste, que sólo añade sutiles observaciones del tipo ya te pillaré, jamelga.
Como últimas palabras, en cursiva y centrada, toma la voz la autora y dice, la cabrona,
Esto es todo... por ahora
Gracias, gracias, gracias por leer este libro.
E. L. James
Todo encantador, de "yo te hablo a ti, lectora o lector, y te agradezco, tan guay como soy, tu gasto en papel, tu desperdicio de tiempo, tu calentura colmada o no. A la mierda, señora E. L. James. Con todo cariño y tres veces, ¿vale?
Para dar al lector algo que merezca la pena en este comentario, le regalo otra sombra y otra piel. Júpiter e Io (1827), de Jean-Bastiste Regnault. Es que no es bueno acostarse cabreado, digo yo.
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