No es rara la literatura sobre momias en el XIX. Era la época en que se traficaba con los venerables cuerpos y era considerado chic asistir a veladas en que se las desprendía de vendajes, en sesiones en que es fácil aventurar los gestos de los rostros, entre la fascinación por el peso de los siglos y el horror de estaer hurgando en cuerpos desprovistos de sangre y casi de carne. La imaginación romántica, tan afín, no es ajena a este juego con la decrepitud, la nada, y la persistencia de la belleza. No es, por tanto, extraño que Gautier, adalid del Romanticismo y a la vez fundador, por la sublimación del componente estético, del Parnasianismo, se dejara llevar por la atracción exótica, el esplendor que había introducido en Francia el vencedor de la batalla de las Pirámides, Napoleón Bonaparte. Mientras en Poe, su "Conversación con una momia", era un chascarrillo sin gracia, Gautier en la novelita que nos ocupa, se convierte en poco más que un precursor de Cecil B. de Mille. Porque aquí apenas hay nada que no sea ambientación y bonitos decorados. Puro technicolor decimonónico.
Tras contar cómo un aristócrata inglés y un sabio alemán dan con una tumba egipcia intacta, se encuentra, al desenvolver la momia un escrito que guardaba el envoltorio en un costado. "La novela de la momia" pasa a ser, por tanto, la presunta traducción del original egipcio hallado con el cuerpo. Que es femenino y que se corresponde con la hermosa Tahoser, hija de un sacerdote que no comparece en la ficción. Tahoser se encapricha de un rico funcionario que es judío y que oculta su fe. A su vez, el faraón se encapricha de Tahoser, la requiere, hace que conviva con él y he aquí que comparece, apresuradamente, y en las últimas páginas, Moisés. Lo que sigue es de todos sabido.
Todo esto, sin entrar en grandes honduras sobre el carácter o la psicología de los personajes (a lo más, sabemos que Tahoser es obstinada, como lo es el faraón), se desarrolla en capítulos dedicados a contar una procesión o un palacio, con riqueza de detalles que nada aportan a la narración. Primores de arqueólogo, minucias precisas pero innecesarias. Un clásico, dicen. Del hastío.
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