Una historia del suizo Friedrich Dürrenmatt adaptada para la escena permite rescatar a un autor singular
Destino curioso el de Suiza, convertida en roca enclavada en el corazón del corazón de Europa en la que nunca pasa nada, a no ser una vaca, un alpinista, un banquero. Ni guerras mundiales ni euro, y si es miembro de las sacrosantas Naciones Unidas lo es tan sólo desde 2002. Suiza es demasiado aburrida, demasiado normal, como para necesitar que la metan en cintura, que le impongan dogales y normas, que la domestiquen. Pero ese lugar, en el que tantos españoles han trabajado en el tiempo de las maletas de cartón sin sentirse reconocidos en esa democracia de voz baja y cantones y Cruz Roja y cruz blanca sobre fondo rojo, el lugar que es tumba de Borges y cenizas de Servet (al dorso de esta página se agitan esas llamas), ha ido teniendo una literatura que ha hecho de la sofisticación y la tensión sus claves. Sirva de ejemplo esta historia del suizo Friedrich Dürrenmatt (fácil es suponer que escribió en alemán) que se adapta para la escena y que con el título de “La avería” sube a las tablas del Teatro Municipal Miguel de Cervantes los días 30 de septiembre y 1 de octubre. Con Emma Suárez y Asier Etxeandia (además de Daniel Grao, Fernando Soto, José Luis García-Pérez y José Luis Torrijo), dirigidos por Blanca Portillo, es una de esas fábulas que comienzan entre susurros y buen tono y termina en crimen y humor amargo y en la certidumbre de que bajo los quesos de bola, los relojes obsesivos y sumisos y el chocolate, anida la dinamita, la daga de los anarquistas, la sangre derramada de Sissi en Ginebra, a la orilla de un lago que cubrió el humo de las piras calvinistas y que no volvió a dar un espíritu libre y creativo hasta un siglo después, cuando surge Rousseau, que fue semilla de la Revolución Francesa y de nuestras democracias. Tras él, un puñado de dinamiteros entre los que destacan Blaise Cendrars (por mucho que se reciclara en francés), el raro Robert Walser, el inconmensurable Max Frisch. Y Dürrenmatt.
Podemos dejar a un lado los pormenores de esta adaptación escénica en la que un viajante de tejidos por mor de una avería acepta la hospitalidad de un correctísimo anciano. Baste con indicar que el viejecito encantador tiene amigos que comparten edad, modales y manteles y noche, y que el viajante aceptará participar en el juego de sobremesa que, auxiliados por el ama de llaves vetusta que aquí encarna Emma Suárez, los cuatro carcamales le proponen y que revive las profesiones que tuvieron: juez, fiscal, abogado... y verdugo. El invitado será el acusado. En el juego, la ley, la justicia, el destino. Un final que no puede ser, ay, feliz.
Dürrenmatt, decíamos. Un escritor hondo, hábil. Más que recomendable. Que tenemos más asimilado de lo que creemos. Recuerden aquella obra maestra, seca y desnuda, en civilizadísimo blanco y negro que en 1958 dirigió Ladislao Vajda (sí, el mismo que hizo esa otra película de sutil terror en la que un niño dialoga en un desván entre mendrugos y jarras de vino). Hablamos de “El cebo”. La imagen del tierno asesino, tan encantador como terrible, agitando un hipnótico títere en un claro del bosque refleja a la perfección la literatura de Dürrenmatt, que es el responsable de ese guión.
...mi ritrovai in una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita
[...me encontré en una selva oscura
porque la recta vía era perdida ]
Muerto en 1990, se mantienen como obras perennes el drama histórico “Rómulo el Grande” (1949), el drama filosófico “El matrimonio del señor Mississippi” (1952), la alegoría sobre la muerte y la justicia que es el drama “Un ángel enBabilonia” (1953), el drama paradójicamente inmortal que es “La visita de la vieja dama” (1958) y el extraño y agrio musical “Frank V”. Versado en filosofía (su tesis doctoral iba a versar sobre Kierkegaard) e hijo de un pastor anabaptista, la culpa es una constante en su literatura en la que argumentos históricos y policiacos son simples pretextos para hacer entrar en juego las ideas, la serpiente entre las flores, la dinamita entre los relojes de cuco.
Artículo publicado en diario Sur el 24 de septiembre de 2011
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