Hace medio siglo caía asesinado el dictador dominicano Trujillo, en unos hechos que Vargas Llosa narró en una extraordinaria novela. Ésta es la historia del tirano y del crimen.
Vargas Llosa le dio entidad en la ficción después de que entre nosotros Manuel Vázquez Montalbán en su casi perfecta novela “Galíndez” diera cuerpo y sangre al régimen despótico de quien en la propaganda oficial era llamado no sólo Generalísimo sino Benefactor de la Patria y, más aún, Fundador de la Patria Nueva. Alguien a quien el pueblo, en voz baja y zumbona, llamaba, por su amor a las condecoraciones y oropeles, Chapita. El nombre del hombre tras las chapas y los honores, del tirano alabado y asesinado, era Rafael Leónidas Trujillo Molina. Una emboscada hace ahora 50 años, el 30 de mayo de 1961, puso fin pero no paz a sus andanzas. Entre el ruido y la furia, volvemos la memoria al líder dominicano, espejo del Generalísimo de España y antecesor de otros comandantes populistas aún ornados de ditirambos.
Redundancias dominicanas
El cachorro de los jefes
Nacido el 24 de octubre de 1891 en la localidad dominicana de San Cristóbal, hacia la que se dirigiría la noche en que lo mataron setenta años más tarde, con ancestros dominicanos, canarios y haitianos (algo de lo que renegaría por las históricas desavenencias con la otra nación que comparte con República Dominicana la isla, agravada por la matanza de miles de haitianos que el propio Trujillo ordenará en 1937), la aparición de Trujillo en las cuestiones públicas dominicanas se remontan a los años en que el país estaba ocupado por los estadounidenses y él se incorpore, tras haber sido empleado de Telégrafos, a la Policía Nacional Dominicana, dominada por los ocupantes. A partir de ahí, y al abrigo de la ocupación, su carrera será meteórica: soldado en 1918, capitán en 1922, teniente coronel en 1924, jefe de Estado Mayor en 1934. Conspirador contra el presidente Horacio Vásquez, que había aupado a Trujillo, y tras terminar en 1924 la ocupación norteamericana, en 1930 llegó al poder a través de elecciones fraudulentas y sostenido por las acciones del grupo de sicarios y matones conocido como “La 42”. El 16 de agosto de 1930, coincidiendo con el auge de los fascismos europeos, comenzaba la era Trujillo.
RLT: La palmera con bayoneta
El perejil o la vida
El carácter presuntamente democrático del régimen recién nacido quedaría quebrantado por los asesinatos de opositores y puesto a las claras por los plenos poderes otorgados por el parlamento a raíz de un huracán que asoló Santo Domingo en septiembre de aquel año. Ilegalizadas todas las organizaciones políticas, e instaurado el Partido Dominicano como único permitido y con el lema "Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad" (que tiene las mismas iniciales que el nombre completo del dictador), la acción de cuatro cuerpos de policía política se encargará de imponer la paz de los cementerios. En 1936 el culto a la personalidad llevará a que Santo Domingo, la capital del país, pase a llamarse, hasta 1961, Ciudad Trujillo, a la vez que la más alta montaña, el Pico Duarte, recibía el nombre de Pico Trujillo. La voluntad de poder del Benefactor de la Patria (título otorgado por ley en 1932) le llevará incluso a dirigir personalmente, en octubre de 1937, el fusilamiento de haitianos que habían entrado ilegalmente en la mitad hispana de la isla. La orden inicial fue la de matar, fuera a tiros o a garrotazos, al menos a tres haitianos en cada aldea dominicana. Para evaluar si era haitiano el sospechoso, se le hacía pronunciar, y de ello dependía la vida, la palabra perejil. Evitada mediante la mediación de los países americanos una guerra entre los dos países tras la Matanza del Perejil de unos diez mil haitianos (hay quien sostiene que llegaron a 25.000 las víctimas), Trujillo pagó medio millón de dólares en concepto de reparación. Vargas Llosa pone en boca de Trujillo la justificación de aquella atrocidad: “Por este país, yo me he manchado de sangre -afirmó, deletreando-. Para que los negros no nos colonizaran otra vez. Eran decenas de miles, por todas partes. Hoy no existiría la República Dominicana. Como en 1840, toda la isla sería Haití. El puñadito de blancos sobrevivientes, serviría a los negros. Ésa fue la decisión más difícil en treinta años de gobierno, Simon”.
A veces veo Generalísimos...
El amigo (y enemigo) americano
La Segunda Guerra Mundial le aseguró a Trujillo la aquiescencia de Washington, que vio con buenos ojos su reelección en 1942 al revalidar las de 1934 y haber estado desempeñando el poder desde la sombra desde 1938 a través de presidentes títeres. Uno de ellos, su hermano Héctor Bienvenido Trujillo, se convertirá en presidente definitivo en 1952, con reelección en 1957. La voracidad del Trujillo principal, que condescendió a otorgar también el título de Generalísimo al Trujillo de adorno (que, al fin y al cabo, era el único de los hermanos en cursar estudios militares), irá distanciando a los norteamericanos de una dictadura tan intolerable como la cubana aunque fuera de signo opuesto. Ya no bastan festejos faraónicos y cosméticos como la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre que organiza en 1955-56. Así, en junio de 1959 se producen desembarcos de opositores en frustrados intentos de acabar con el Trujillato y que acabarán ahogados en sangre. Tras uno de ellos estaba la mano de Washington. Tras otro, la de Fidel Castro.
¿Amigos para siempre?
Vengativo y con un poder casi absoluto, Trujillo llegó a organizar atentados contra políticos de otros países, como es el caso del venezolano Rómulo Betancourt, que fue objeto de dos atentados ordenados por Trujillo: en 1955 en La Habana, y en 1960, usando explosivos detonados en su coche, en la avenida Los Próceres de Caracas. En 1956 es secuestrado en Nueva York, y asesinado, Jesús Galíndez, autor en 1953 del demoledor ensayo político “La Era de Trujillo”. La impunidad con la que se creía investido Trujillo facilitó que el proverbio bíblico acerca del hierro pudiera hacerse efectivo sobre su persona. Por más que en pintadas de sus partidarios el lema que resumía el credo trujillista proclamase sucinta y redundantemente “Dios y Trujillo”. El presidente Kennedy, empecinado entonces con acabar con otro dictador isleño del Caribe, daría su bendición para que en la República Dominicana se vertiera la sangre del Chivo.
Quien a hierro mata
El largo historial de brutalidad del régimen, en el que el verdugo supremo era Johnny Abbes, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), llegó a su cénit con el asesinato de las hermanas Mirabal, junto a su chófer Rufino de la Cruz, el 25 de noviembre de 1960. Vargas Llosa sitúa ese crimen en su contexto en su novela de referencia: “Cuántas cosas habían pasado en la República Dominicana, en el mundo y en su vida personal. Muchas. Las redadas masivas de enero de 1960, en que cayeron tantos muchachos y muchachas del Movimiento 14 de Junio, entre ellas las hermanas Mirabal y sus esposos. La ruptura de Trujillo con su antigua cómplice, la Iglesia católica, a partir de la Carta Pastoral de los obispos denunciando a la dictadura, de enero de 1960. El atentado contra el Presidente Betancourt de Venezuela, en junio de 1960, que movilizó contra Trujillo a tantos países, incluido su gran aliado de siempre, los Estados Unidos, que, el 6 de agosto de 1960, en la Conferencia de Costa Rica, votaron a favor de las sanciones. Y, el 25 de noviembre de 1960 -Imbert sintió aquel aguijón en el pecho, inevitable cada vez que recordaba el lúgubre día-, el asesinato de las tres hermanas, Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, y del chofer que las conducía, en La Cumbre, en lo alto de la cordillera septentrional, cuando regresaban de visitar a los maridos de Minerva y María Teresa, encarcelados en la Fortaleza de Puerto Plata. Toda la República Dominicana se enteró de aquella matanza de la manera veloz”.
Sangre de mártires: las hermanas Mirabal
Este Imbert que hace personaje Vargas Llosa es Antonio Imbert Barrera, que junto a otros conspiradores, Modesto Díaz, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Manuel Cáceres Michel, Juan Tomás Díaz, Roberto Pastoriza, Luis Amiama Tió, Pedro Livio Cedeño y Huáscar Tejeda, tendieron la emboscada definitiva al Chivo. Hace 50 años. Viajaba Trujillo en uno de sus coches, un Chevrolet Bel Air azul claro, modelo 1957, con cortinillas en las ventanas y matrícula 0-1823. Los conjurados aguardaban en un coche, con armas proporcionadas por la CIA, que pasara camino de una de sus habituales escapadas de descanso a la Casa de Caoba (por el material predominante en su interior) en su ciudad natal. Vargas Llosa narra así el momento exacto en que se abrió fuego, diez menos cuarto de la noche: “Tony Imbert aceleró y en pocos segundos estuvieron a la altura del Chevrolet Bel Air. También estaba corrida la cortina lateral, de modo que Salvador no vio a Trujillo, pero sí, clarito, en la ventanilla de adelante, la cara fornida y tosca del famoso Zacarías de la Cruz, en el instante en que sus tímpanos parecieron reventar con el estruendo de las descargas simultáneas de Antonio y del teniente. Los automóviles estaban tan juntos que, al estallar los cristales de la ventanilla posterior del otro carro, fragmentos de vidrio salpicaron hasta ellos y Salvador sintió en la cara diminutos picotazos. Como en una alucinación alcanzó a ver que Zacarías hacía un extraño movimiento de cabeza, y, un segundo después, él también disparaba por sobre el hombro de Amadito.”
Trujillo ordenó a su chófer “Párate a pelear”. Así pasó. Sesenta impactos de bala recibió su coche, y siete su cuerpo. Zacarías, herido de nueve balazos, sobrevivió tras haber usado un fusil M-1y una ametralladora Luger. No el jefe, que recurrió a un pequeño revólver. Tras el tiroteo, la constatación de la muerte de Trujillo según Vargas Llosa: “Segundos después, Salvador se detenía, alargaba la cabeza sobre los hombros de Tony Imbert y de Antonio, que, uno con un encendedor y otro con palitos de fósforos, examinaban el cuerpo bañado en sangre, vestido de verde oliva, la cara destrozada, que yacía en el pavimento sobre un charco de sangre. La Bestia, muerta”. Un segundo vehículo recogió a los conjurados y al cuerpo de Trujillo, que fue a parar al maletero. A las cinco de la madrugada sería encontrado el coche con su carga acribillada. El hijo mayor, Rafael Leónidas Trujillo Martínez, Ramfis, regresó apresuradamente de París para hacerse cargo del poder y de las exequias.
La tumba inquieta
El 2 de junio, tras el masivo velatorio popular en el Palacio Nacional de Santo Domingo, se celebraron los funerales en la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de San Cristóbal, en cuya cripta bajo el altar sería sepultado. Hasta que derrumbado el régimen y exiliados los Trujillo, en noviembre de 1961 saldría del país el cuerpo embalsamado en el yate Angelita en compañía de sus deudos y, según la prensa, de 95 millones de dólares en lingotes de oro. Interceptado el barco, regresado a la isla, y no encontrado el oro, se permitió la expedición del cuerpo, por vía aérea, hacia París, donde encontró reposo a pocos metros de la tumba de Beethoven, en el cementerio de Pére Lachaise. En 1970, por iniciativa de su viuda, gaditana, el cuerpo será sepultado en el Cementerio de la Almudena, en Madrid y, tras la muerte de Ramfis, y unidos en la muerte padre e hijo, en un panteón en El Pardo hoy abandonado y solitario.
La máscara del muerto
El mismo día en que enterraban a Trujillo, un comando del SIM irrumpió en la casa de uno de los conjurados, Amado García Guerrero, que resultaría muerto en la acción. Dos días más tarde caerían bajo las balas Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza. El 10 de junio fue detenido y torturado el general José René Román Fernández. El 18 de noviembre fueron capturados, y fusilados en una hacienda en San Cristóbal, el resto de prófugos: Roberto Pastoriza, Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella Sadhalá, Modesto Díaz, Huáscar Tejeda y Manuel Cáceres Michel. Sólo Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió consiguieron sobrevivir a la persecución.
Quedaba vengado el Benefactor de la Patria, Fundador de la Patria Nueva, Primer Médico de la República, Primer Anticomunista de América, Primer Maestro de la República, Primer Periodista de la República, Genio de la Paz, Protector de todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Restaurador de la Independencia Financiera del país, Salvador de la Patria, Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos. Chapita. La Bestia. El Chivo.
Publicado en diario Sur el 28 de mayo de 2011