domingo, 26 de agosto de 2018

Lecturas: La guerra civil española (Antony Beevor)

Beevor. Es decir, calidad (pero donde se ponga Rick Atkinson...) Una historia generalista de nuestra guerra. Poca cosa que no hayan dicho otros. Con un enfoque más o menos neutro (es decir, con un ligero escoramiento pro-republicano y, menos mal, anticomunista). Y sin ver en la revolución de octubre de 1934 un primer episodio de la Guerra Civil. 

El libro interesa por los detalles nuevos acá y allá, a veces chocantes y otros terribles. Por ejemplo, que ante el ardor revolucionario del socialista Largo Caballero, allá cuando era "el Lenin español", había algún chistoso de izquierdas que proclamaba "Vota comunista, para librar a España del marxismo". Otro: en Huesca los nacionales fusilaron a un centenar de personas acusándolas de masonería. Los masones oscenses eran doce. Otra: la orden de la matanza de Paracuellos la dieron dos personas: Santiago Carrillo y Amor Nuño. Los dos tenían 20 años. Más: tan inminente parecía la caída de Madrid que el general Miaja, jefe de la Junta de Defensa de Madrid, llegó a recibir telegramas de felicitación a Franco de los gobiernos de Guatemala y El Salvador. Frente al tópico de que la República se alimentaba con armamento comprado a los soviéticos, pagado con el oro de Moscú, hay otra realidad incómoda: también compró armas a la Alemania nazi (que a su vez le dio gato por liebre, colándole remesas antiguas cuando no defectuosas, o arreglando que fueran interceptadas esas mercancías en plena travesía recurriendo a los mecanismos de No Intervención.




La brutalidad de los nacionales es bien conocida (ahí está el bien documentado El holocausto español de Paul Preston). Menos conocida, y reconocida, es la represión ejercida, sobre los propios republicanos, por Negrín dejándose manejar por los comunistas: "Mientras tanto, en la España republicana el otoño de 1937 fue testigo del imparable declive del poder anarquista, el aislamiento de los nacionalistas catalanes, la discordia en las filas socialistas y el crecimiento de la policía secreta, cuyas actividades Negrín pretendía desconocer. Negrín trató de restringir la actividad política por medio de la censura, destierros y detenciones de modo parecido a como lo hacía la maquinaria estatal franquista, que reprimía cualquier divergencia ideológica. Sin embargo, la mayoría de los simpatizantes de la República en el exterior, que habían defendido su causa porque era la causa de la libertad y la democracia, callaron ante los desmanes de de las policías secretas". Estas policías secretas se unificaron, el 9 de agosto de 1937 en un organismo llamado SIM (Servicio  de Inteligencia Militar). Especializado  en perseguir a los miembros de la quinta columna, se destacó por aniquilar a los anticomunistas, aunque éstos fueran republicanos, aunque aborrecieran a Franco, aunque lucharan por la democracia. Es el momento de las checas y las largas sesiones de tortura: "En manos de los hombres del NKVD, el SIM llegó a cotas inhumanas". "No existen estimaciones fiables sobre el número total de prisioneros del SIM, aunque lo que parece cierto es que hubo más republicanos que nacionales. Se dijo que cualquier crítico de la incompetencia militar rusa, como por ejemplo algunos pilotos extranjeros voluntarios, tenía tantos números para verse acusado de traición como cualquiera que se opusiera a los comunistas por cuestiones ideológicas". A tanto llegó el dominio de los comunistas que "Prieto no podía creer que algunas veces se hubiera negado ayuda médica a heridos que no eran comunistas. Los comandantes de batallones que no quisieron adherirse al partido tuvieron que asistir a un recorte en los suministros de armas, las raciones o incluso las pagas de sus hombres, mientras a aquellos que aceptaron hacerlo se les dio prioridad sobre los no comunistas, se les ascendió y se jaleó su reputación en despachos y notas de prensa". Es más. "Prieto afirmaría más tarde que socialistas encuadrados en unidades comunistas fueron fusilados acusándolos falsamente de cobardía o deserción porque se negaron a entrar en el Partido Comunista". Muy edificante. Y pensar que por hacer eco de hechos como éstos algún botarate no consanguíneo ha llegado a tildarme de fascista... Nada nuevo, por otra parte.


En cuanto a atrocidades franquistas, téngase en cuenta las declaraciones recogidas por Peter Kemp al capitán Aguilera, jefe de prensa de Franco y décimo séptimo conde de Alba de Yeltes (quie, señala Beevor, le encantaba , en las que se muestra más explícito y displicente: “En épocas más sanas… las plagas y las pestes solían causar una mortandad masiva entre los españoles… Son una raza de esclavos… Son como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste… Nuestro programa consiste en exterminar a un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado”. 


Más datos interesantes: en julio de 1938, en plena batalla del Ebro y tras haber amagado con dimitir, Negrín exclamó, con súbita actualidad ahora, "No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino; estoy haciendo la guerra por España y para España. No hay más que una Nación: ¡España!". 

Más: cuando los republicanos alcanzaron el acorazado alemán Deutschland, causándole 20 muertos, Hitler estuvo a punto de declararle la guerra a la República. Cuando los nazis contestaron bombardeando Almería, con simétricamente 20 muertes, Indalecio Prieto estuvo a punto de declararle la guerra a Alemania.

El libro termina con un puñado de capítulos sobre las consecuencias de la guerra (represión, exilio, economía, compadreos con los nazis, División Azul, bloqueos) como queriendo demostrar que Franco fue cruel. Comop si no se supiera de sobra. Y un juicio sucinto sobre la victoria: "El general Franco no ganó por sí solo la guerra. Fueron los jefes militares republicanos quienes la perdieron, desperdiciando miserablemente el valor y el sacrificio de sus tropas". En fin.

Lecturas: Pedro Menéndez de Avilés. Señor del Mar Océano, Adelantado de Florida (Antonio Fernández Toraño)

Hay un lugar que se llama St Augustine y que es la ciudad más antigua de Estados Unidos. Fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés, es una ciudad pequeña, en el norte de Florida, en la que tuve la dicha de trabajar durante dos beves estancias. Allí, la que es la calle más antigua del país, se llama Avilés en recuerdo de su fundador. Y las banderas de España (la actual y la histórica con la cruz de San Andrés que el estado de Florida adoptó como suya añadiéndole en la confluencia de las aspas su escudo, ondean con orgullo y sin culpa. Y hasta sin complejos (la ciudad cuenta incluso con un impersonator oficial del fundador, el actor Chad Light, que participa en cuanto sarao se le propone (véase).  Téngase en cuenta que St Augustine fue española desde 1565 hasta 1821, con un breve periodo, entre 1763 y 1784, de soberanía inglesa, y que la más española de las ciudades de Estados Unidos motivos tiene para honrar su legado histórico, sus señas de identidad.



Este libro es la detallada, y a veces árida, biografía del fundador, cuya vida fue una continua lucha contra los hugonotes franceses (su misión era acabar con el asentamiento protestante de Fort Caroline, a no mucha distancia de St Augustine), algo que consiguió pasándolos a cuchillo, contra las tribus floridianas (calusas, timucuanos, guales, semínolas, creeks) y contra la burocracia y las intrigas del Consejo de Indias y de la Casa de Contratación de Sevilla. Sólo el apoyo personal de Felipe II le hizo porfiar en la empresa. En 1874 la muerte le hallará en Santander cuando preparaba, por orden de su rey, la mayor flota conocida para combatir a los rebeldes holandeses y sus aliados ingleses.

Para conocer aquella gesta sangrienta y lamentable, de hambre y penuria, de combates y de intrigas, hay dos alternativas: leerse esta documentadísima biografía o viajar a St Augustine, donde se mantienen lugares como la Misión Nombre de Dios en la que se ofició la primera misa en los actuales Estados Unidos, la conmovedora iglesita de Our Lady of La Leche, la pretendida Fuente de la Eterna Juventud descubierta décadas antes por Ponce de León, el obelisco que conmemora, con su inscripción en español, la Constitución de 1812 o el mediano, pero impresionante Castillo de San Marcos, rodeado de pelícanos y manatíes. Visitar ese enclave gratísimo obliga a interesarse por su Historia y la vida de sus forjadores. Maneras, al fin y al cabo, de entretener la nostalgia.

Avilés Street

 Mañana de domingo en el castillo de San Marcos

Chad/Menéndez de Avilés con unos amigos en St Augustine