[En octubre de 2008, cuando se cumplían cuatro décadas exactas de los hechos que se relatan en este texto, escribí este artículo para diario Sur que quedó inédito por ajustes de contenidos del suplemento que entonces coordinaba. En él aparece mi familia política. A la que pertenecen las fotos que lo ilustran, tomadas por mi suegro, Ángel Alcobendas, que protagoniza una curiosa escena con el presidente Macías en la primera escena del artículo, que saco hoy a colación tras el estreno de "Palmeras en la nieve" que también los refleja elípticamente y como homenaje a mi familia barceloneso-madrileña que también fue, entonces, guineana: Maribel, Tere, Ángel y Joan]
El presidente de Guinea Ecuatorial está
sentado en un sofá. Frente a él hay un televisor apagado. Detrás de él, sus
escoltas miran el aparato, hacen sonar los seguros de las armas, amartillan las
pistolas, resoplan. Detrás del televisor, el técnico de Televisión Española,
Ángel Alcobendas, llamado en lugar del compañero que habitualmente se ocupaba
de estos imprevistos y ausente en ese momento de la ciudad, revisa los
entresijos del aparato. Poco antes, para acceder al palacio, le han revisado
minuciosamente la caja de herramientas y hasta comprobado el tacón de los
zapatos. Cada pocos minutos, mientras siguen sonando los cerrojos del
armamento, el presidente pregunta si va bien la reparación. Todo parece estar
en orden, excelencia, espere un momento, por favor. Chasquidos metálicos, calor
y humedad en la ciudad que aún se llama Santa Isabel. Y una clavija que aparece
mal encajada. Alcobendas la aprieta y queda resuelta la avería. El presidente
Macías se relaja. Los escoltas bajan, felices, las armas. Pero en la pantalla
sólo aparece la carta de ajuste. Para que continúe la emisión, el técnico
tendrá que llamar al centro emisor de TVE en la isla de Fernando Poo, en el
pico Santa Isabel a 3.100 metros de altura, para que siga la emisión que el
presidente había mandado detener. Si Fernando Macías, presidente de la recién
nacida República de Guinea Ecuatorial, no puede ver la tele por tener suelta
una clavija, ningún guineano tiene derecho a ver lo que su guía y jefe no puede.
Así son las cosas. Está muy reciente el 12 de octubre de 1968, fecha en la que
se firmó el acta de independencia de la jovencísima nación. Antes de que
termine el mes de marzo de 1969, la inmensa mayoría de españoles habrá
abandonado el país por las amenazas y la violencia desatadas por Macías. La
familia Alcobendas partirá hacia España en el último avión que dejará la isla.
12 de octubre de 1968:
Independence Day
Los siglos españoles
El 12 de octubre de 1968, hace 40 años,
el Ministro de Información y Turismo de España, Manuel Fraga, firmaba en el
Salón del Trono del Palacio Presidencial de Santa Isabel, en la isla Fernando
Poo, la entrega de poderes al presidente Fernando Macías Nguema por la cual
España, tras un proceso iniciado en la ONU, aprobaba la independencia de las
antiguas provincias de Fernando Poo y Río Muni agrupadas como República de
Guinea Ecuatorial. En 1973, cuando el culto a la personalidad de Macías,
convertido en dictador, llegue a su apogeo, la isla de Fernando Poo pasará a
llamarse Macías Nguema Biyogo. Y la ciudad de Santa Isabel, Malabo. Cuando
termine sangrientamente en 1979 el régimen de Macías a manos de su sobrino
golpista Teodoro Obiang Nguema, la ciudad se quedará con su nombre africano,
mientras la isla recibirá como nombre Bioko.
Descubierta la isla en el siglo XV por
navegantes portugueses, no será hasta 1777 que no pase, con una porción de
suelo continental, a manos de España, que las permutó con los portugueses a
cambio de la disputada ciudad de Colonia del Sacramento (Uruguay). Esta
inesperada incorporación de territorios en África Central a la corona española
hará que las nuevas posesiones formaran parte del Virreinato del Río de la
Plata hasta su disolución. La primera mitad del siglo XIX contemplaría intentos
ingleses por adueñarse de la soberanía de Guinea, mientras que es en la segunda
mitad de la centuria cuando España emprende su labor colonizadora. El problema
que no arreglarían la conversión en provincias de los territorios en 1959 ni la
aprobación de un régimen de autonomía aprobado en referéndum por los guineanos
en 1963 como paso previo a la independencia obtenida en 1968, es la enorme
diferencia entre la isla y el continente.
Memorias de África:
Mi mujer y mi cuñado juegan
en la piscina del Casino Español,
Santa Isabel
Hermanos y enemigos
Los
antropólogos y el testimonio de los extranjeros afincados en Guinea coinciden
en afirmar la radical diferencia entre las dos tribus mayoritarias del país:
los bubis de Fernando Poo/Bioko y los Fang de Río Muni (Mbini en la
actualidad). Los bubis son monoteístas, conformistas, mansos y sedentarios. Los
fangs son politeístas, intransigentes, batalladores y trashumantes. Tampoco sus
idiomas tienen ningún parecido. Macías era fang. Obiang también lo es. Ya
durante el periodo de la autonomía, cuando en Madrid se reunieron en dos fases
de la Conferencia Constitucional destinada a fijar los términos de la indepencia,
con intervención de los representantes de los partidos guineanos y de la
administración española, en el periodo 1967-1968, uno de los comisionados de
Santa Isabel, y por lo tanto bubi, Edmundo Bosio, que más tarde en una
intervención en la ONU llegó casi a convencer de la necesidad de crear dos
naciones diferenciadas, llegará a decir “No nos dejéis en manos de nuestros
hermanos de color los pamúes [otro nombre por el que son conocidos los fang],
que no respetarán nuestros derechos y nos tratarán como esclavos. Si lo hacéis
os declaro responsables ante la Historia, ante vuestra conciencia y ante Dios,
del genocidio que se cometa con Fernando Poo”. Cuando la presencia española
desaparezca, Macías se encargará de cumplir el temor manifestado por Bosio, que
también será asesinado.
12
de octubre, 1968
Fraga en su discurso del 12 de octubre afirmó en lo
que puede resumir su discurso: “Afortunadamente no estáis solos. En ese camino
vuestro, en esa senda o en esa vía jubilosa y ancha, podréis contar siempre con
compañía adicta y experta.” Justo antes de los discursos, desde la tribuna
contempló el primer izado de la bandera verde, blanca y roja, con un triángulo
azul, de la nueva nación mientras la Guardia Territorial interpreta el himno
nacional, el ingenuo “Caminemos pisando la senda de nuestra inmensa felicidad”.
El acto lo preside, en el centro, Macías. A la izquierda está Fraga. Y a la
derecha, pero un tanto en segundo plano, Edmundo Bosio que es el vicepresidente
de la nación en un esfuerzo de Macías por ofrecer una imagen de unidad
nacional. El reloj de la catedral neogótica en esa Plaza de España (rápidamente
cambiará su nombre por el de Plaza de la Independencia) da una larga campanada.
Son las diez y cuarto. A continuación, en el palacio, se firmará el acta de
independencia y habrá discursos. A las 12 llegará el momento en que el dominio
español desaparece y Guinea pasa a ser dueña de sí misma. Después, “Te Deum” de
acción de gracias en la catedral. Un día feliz e histórico. Perno no perfecto.
En Santa Isabel, justo al llegar el mediodía una decena de activistas ya
preparados, asaltan y derriban con cuerdas la estatua, obra de Benlliure, del
que fuera gobernador de los territorios en los años 20, Ángel Barrera. En Bata,
capital de Río Muni, la guardia civil e infantes de marina deben contener a la
multitud que la noche antes había quemado dos iglesias y amenazado a los
españoles. El horizonte no es halagüeño.
El
comienzo del miedo
España
ha incluido entre los protocolos firmados con Guinea un acuerdo semisecreto por
el que durante dos años habrá presencia militar (Guardia Civil, Armada y
Ejército del Aire) para defender los intereses españoles y proteger de amenazas
externas a la indefensa república. También quedan los estudios, equipo técnico y
emisora de TVE como embrión de la futura televisión guineana Pero Macías
desconfía. De hecho, su triunfo en las elecciones a dos vueltas celebradas en
septiembre, el favorito de España era el presidente del régimen autónomo,
Bonifacio Ondó, que morirá oscur y trágicamente en 1969. La economía guineana
no levanta el vuelo. Alrededor de Macías hay algunos españoles, bien conocidos
todavía hoy, aconsejándoles. Uno de ellos es el abogado Antonio
García-Trevijano. Otro es Francisco Paesa.
Las tensiones crecen. En diciembre comienza a
expulsar españoles por causas discutibles. Exige que el gobierno español aporte
capital para mantener el nuevo Estado. Y TVE tampoco se pliega totalmente a las
exigencias de Macías. En febrero de 1969 exigirá que dejen de emitirse
programas de tono anticomunista (la URSS acaba de reconocer a Guinea y Macías
adula a los soviéticos sin dejar de alabar a Hitler), así como que se censuren
los comentarios o imágenes racistas en las películas y series norteamericanas.
El 12 de febrero, hará que se registre el centro emisor en busca de una
presunta emisora que guiaría a los aviones que ayudaban a los rebeldes de la
guerra de Biafra en la vecina Nigeria.
El
día siguiente, Macías da un paso casi definitivo. Enfadado al ver banderas
españolas en el cuartel de la Guardia Civil, en el consulado y la embajada de
España y en la residencia del cónsul, exige que sólo una bandera permanezca.
España puede decidir cuál de ellas. Pero no se pliega a las amenazas. El día
22, la Guardia Nacional guineana arría la bandera de la residencia del cónsul y
se la devuelve a éste, que el día siguiente es expulsado del país. El miedo
comienza.
Violencia
y éxodo
Hasta
el momento de la independencia, la causa guineana sólo dejó dos mártires:
Acacio Mañé en 1959 y Enrique Nvó en 1963. Y con todo, estas dos muertes, aún
rodeadas de misterio, tampoco pueden atribuirse a los españoles con total
seguridad. Pero, desesperado y envalentonado, Macías acusa de asesina a España
con discursos inflamados y radicales. Inmediatamente, la rama juvenil del que
en breve será el partido único de Guinea desata la violencia. Los bubis y muy
especialmente los que han trabajado o trabajan al servicio de los españoles son
vejados y apaleados en las calles. Muchos mueren. Los españoles se encierran es
sus casas, agrupándose las familias en las más robustas y pertrechadas de
armas. La sangre ya no es una amenaza. El día 26 es expulsado el embajador de
España. Pero éste dispone que las fuerzas españolas ocupen esa noche los
centros neurálgicos y se pidan refuerzos a Canarias. Pero esta operación s
abortada desde Madrid. España no luchará. En la madrugada, se repliegan las
tropas sin combatir y se dan la vuelta los paracaidistas que acababan de partir
desde Las Palmas.
Embravecido,
Macías decreta el estado de excepción, da por rotas las relaciones con España,
ordena la expulsión de la Guardia Civil, fija el toque de queda. La embajada
española, ante el acoso en las calles, ordena la evacuación el día 27. Y ese día registrará la primera víctima
española: en Río Muni, una barcaza con 33 refugiados es tiroteada. De un
disparo en la cabeza muere Juan José Bima Martí, un capataz forestal de 25 años
que huía con su esposa. Sólo llevaban casados mes y medio. Mientras, por la
radio Macías daba su consigna: “matad al blanco, violad a las mujeres, tenéis
derecho al botín, pena de muerte para quien ayude al blanco. Estamos en lucha
contra el imperialismo español”. Los barcos que abandonan Río Muni reciben la
instrucción del embajador de no detenerse en Fernando Poo. No había lugar
seguro.
El
golpe y la última bandera
Se presagia lo peor. Y
lo peor ya ha comenzado. Y se confirma el 5 de marzo, mientras los españoles
huyen en barcos y aviones. Ese día, el ministro de Asuntos Exteriores de
Guinea, Anastasio Ndongo, intenta un golpe de estado contra Macías. En una
confusa escena, cuando parece que el golpe ha triunfado, el propio Macías lucha
cuerpo a cuerpo con Ndongo que termina arrojado por la ventana del palacio
presidencial de la ciudad de Bata. Una vez en el suelo, Ndongo, herido, es
linchado. Morirá pocos días después. La venganza contra sus oponentes
políticos, implicados o no en el golpe, no tendrá límites. Y los españoles son
acusados de estar detrás del mismo. El ministro de Exteriores, Castiella, lo
niega. Pero el presidente Carrero Blanco parece ocultar la verdad.
La Guardia Civil se
atrinchera en los cuarteles, que son fortificados y defendidos por
ametralladoras, y a los que son invitadas a concentrarse las familias
españolas, repartiendo armas a los civiles. Tal es el peligro, que la colonia
norteamericana al completo abandona el país. Frente al puerto de Santa Isabel,
el acorazado Pizarro apunta con sus cañones el palacio de Macías. Hay incluso
un plan para reocupar militarmente la isla para facilitar la evacuación
española. En estos momentos, sólo quedan allí 300 españoles, que reciben
amenazas, gritos, exhibición de armas, por parte de los fangs. Semanas antes,
eran más de 7.000. Un grupo de las Compañías de Operaciones Especiales (COES)
llega para construir un muelle provisional cerca del cuartel de la Guardia
Civil de Santa Isabel, por donde se hace la evacuación de los últimos civiles.
El último gesto de orgullo tendrá lugar el 29 de marzo, cuando la Guardia Civil
arría la bandera en la isla y antes de embarcar la pasea por las calles de
Santa Isabel desfilando con vehículos, bagajes y armas apuntadas hacia la
multitud adversa que vociferaba. El 19 de abril llegarán a Las Palmas los
Aragón y Castilla con los últimos españoles junto con la última bandera
española que ondeó en Guinea. Comenzaban 40 años de olvido mutuo que todavía
duran.