En un momento raro, y frenético, profesional, me tocó en suerte el pasado sábado ser el presentador, e incluso el ocasional rapsoda, en el acto en el que, en la Colección del Museo Ruso, celebramos el 70 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa (todavía queda un trecho para conmemorar el fogonazo inverosímil de Hiroshima) y por vez primera el Día de la Victoria. Fue un día peculiar. Sobre todo por el trabajo diplomático de hablar de la URSS sin nombrar el pacto Ribbentrop-Molotov. Y sin nombrar Katyn. Y sin nombrar el martirio injustificable de las mujeres de Berlín. Pero era otra cosa, no un ajuste de cuentas con Stalin ni el comunismo. La presencia emocionante de tres veteranos de guerra (dos británicos, con 91 y 104 años) y otro ruso bastan para justificar mi participación. Recuerdo el discurso del ruso, que comenzó reivindicando su naturaleza de ruso blanco expoliado por la Revolución y convertido en voluntario por defender su adversa patria. Y alguna confesión suya, "en esos días todos rezábamos, incluso los que no creían. Porque había que rezar para salvar la patria, para conseguir sobrevivir". Esas cosas.
El veterano Nikolai habla
Nikolai (también) baila
Vayan aquí, por aprovechar y compartir los datos, mis tres textos que permitieron imágenes insospechadas como mi presencia ante símbolos tan opuestos. En primer lugar, la presentación del acto:
Eran las dos y diez de la noche en
Moscú aquel miércoles de hoy hace 70 años. En la Plaza Roja una impresionante
muchedumbre estaba concentrada, y preparados los fuegos artificiales, a la
espera de un anuncio que se esperaba desde horas antes. Algunos, en la suave
noche de primavera, en un ambiente que se prometía hacerse festivo, iban
vestidos con los trajes de las grandes ocasiones; otros, casi con pijamas. A unos
metros de distancia, el locutor Yuri Levitan, que se había dirigido al estudio
de radio que Stalin tenía en el Kremlin ante las dificultades de llegar al que
tenía previsto, se afanaba desde hacía 35 minutos, entre una gran agitación,
para, con voz firme pero contenida, dirigirse a la nación y al mundo: "Moscú al habla. Alemania ha sido vencida por
completo. El acuerdo militar de rendición incondicional ha sido firmado por las
fuerzas alemanas: “Nosotros, los abajo firmantes, actuando en nombre del Alto
Mando alemán, por la presente, declaramos la rendición incondicional de todas
las fuerzas en tierra, mar y aire que estaban bajo control alemán al supremo
alto mando del Ejército Rojo y simultáneamente al supremo comandante de la
fuerza expedicionaria aliada. A todas las autoridades militares alemanas, de
mar y del aire, y a todas las fuerzas bajo control alemán, se ordena cesar las operaciones activas a las
23:01 horas, tiempo central europeo, del 8 de mayo de 1945, debiendo mantenerse
en sus posiciones en ese momento y desarmándose completamente. Entregando sus
armas y equipos a los mandos o comandantes aliados locales designados por los
representantes del Supremo Alto Mando aliado. En caso de que el Alto
Mando alemán o de fuerzas bajo su control no actuaran de acuerdo esta acta de
rendición, el Mando Supremo de las Fuerza Expedicionaria Aliada
y el Alto Mando soviético realizarán las acciones punitivas o de otra índole que
consideren apropiadas. Firmado en Berlín el 8 de mayo de 1945. “Hemos
transmitido el acta de rendición de Alemania.”
Nada más apagarse su voz, se iluminó la noche con los
fuegos de artificio, los abrazos, las lágrimas, las canciones y los besos.
Atrás quedaban, atrás nos quedan, 27 millones de muertos soviéticos. El 14 % de
la población. Más allá de las cifras, este acto celebra la paz, el fin de una
pesadilla; celebra y honra la memoria de los caídos. De todos los caídos. Y la
supervivencia de una nación, Rusia, cuya cultura y tradición nosotros luchamos
también por conservar y transmitir.
La asociación rusa “Nash Dom”, que significa “Nuestro
hogar”, nos trae, a través de su agrupación Kalinka, la memoria sentimental de
aquellos años de zozobra y de esperanza. Hay entre nosotros, honrándonos con su
ejemplo, veteranos de aquella guerra. A ellos queremos dedicar este concierto
con el que Málaga se une a las celebraciones globales para que no olvidemos la
barbarie, para que nunca más a ella regresemos. En recuerdo a los que lucharon,
a los que cayeron, a los que sobrevivieron, a los que no podemos olvidar, que
suenen los versos y la música.
Después, mi momento favorito. La introducción y el recitado del poema "Espérame" de Kostantin Simónov. Usamos la versión realizada para la ocasión por una compañera rusa, lo que me impidió, rememorando la maravillosa película argentina de Juan José Jusid, comenzar diciendo "Espérame, que yo volveré. Pero espérame mucho". He aquí la explicación y el poema:
Hay un
poema que salvó vidas, que acompañó a tantos miles de hombres en la muerte. Es
un poema escrito por Konstantín Simónov en el verano de 1941, cuando los nazis
avanzaban por Rusia y escrito, de forma
privada, para la actriz Valentina Serova con la que finalmente se casaría dos
años después. Simónov se separó de ella para desplazarse al frente para
informar como corresponsal de guerra. Ambas figuras eran populares y queridas
en todo el país. Simónov, que vivía en barracones militares, pudo comprobar la
alta efectividad de estos versos, al recitarlo a los soldados que lo animaban a
publicarlos. Finalmente, en diciembre de 1941, cuando Simónov estaba de permiso
en Moscú, fueron leídos varios poemas suyos por la radio y publicados en Pravda. “Espérame” obtuvo la mayor resonancia. Fue
copiado y circuló en millones de copias entre soldados y civiles, y también fue
convertido en canción. Como un talismán que les asegurara el regreso, e incluso
como última carta, último mensaje, los soldados entraban en combate llevando
una copia en el bolsillo, sobre el corazón. El poema expresaba los pensamientos
y emociones íntimas de millones de soldados y civiles que vinculaban su
esperanza de sobrevivir a la idea de reunirse nuevamente con alguien a quien
amaban. Más de setenta años después, “Espérame” conserva toda su capacidad de
emoción.
“Espérame”, por Konstantin Simonov
Espérame que volveré.
Sólo que la espera será dura.
Espera cuando te invada la pena, mientras ves la
lluvia caer.
Espera cuando los vientos barran la nieve.
Espera en el calor sofocante
cuando los demás hayan dejado de esperar, olvidando su
ayer.
Espera incluso cuando no te lleguen cartas desde
lejos.
Espera incluso cuando los demás se hayan cansado de
esperar.
Espera incluso cuando mi madre e hijo crean que ya no
existo,
y cuando los amigos se sienten junto al fuego para
brindar por mi memoria.
Espera.
No te apresures a brindar por mí, tú también.
Espera, porque volveré desafiando todas las muertes,
y deja que los que no esperan digan que tuve suerte.
Nunca entenderán que en medio de la muerte,
tú, con tu espera, me salvaste.
Sólo tú y yo sabemos cómo sobreviví.
Es porque esperaste, y los otros no.
Finalmente, la clausura del concierto incluyendo la canción de cierre, la vibrante "Día de la Victoria":
Aparte
de aquel 9 de mayo, que fue, en la palabras del historiador británico Antony
Beevor, “un día de gozo y alivio, al tiempo que de muchas lágrimas”, la primera
celebración oficial del Día de la Victoria tuvo lugar un mes después, el 24 de
junio de 1945, con un gran desfile en la Plaza Roja de Moscú. En él
participarían un regimiento de cada uno de los frentes, así como uno de la
armada y otro de la fuerza aérea soviética. Se hizo llegar la mítica bandera
que había ondeado sobre el Reichstag así como un gran número de banderas
capturadas al enemigo. La tradición rusa señalaba que los desfiles triunfales
debería dirigirlos un hombre a caballo, por lo que fue el mariscal Zhukov,
artífice de la conquista de Berlín, y no Stalin, quien encabezó el desfile,
sobre un caballo blanco, en una lluviosa mañana. El punto culminante llegó
cuando marcharon hasta el mausoleo de Lenin, sobre el que estaba ubicada la
presidencia del acto, doscientos veteranos, uno detrás de otro, para arrojar a
los pies de Stalin las banderas nazis que llevaban. Ese acto simbólico venía a
mostrar la destrucción de la Alemania nazi y, más importante aún, la
supervivencia de Rusia como nación.
Pasaron
veinte años sin actos oficiales, sin desfiles, para celebrar el día de la
Victoria. Cuando éstos fueron retomados, resurgió el recuerdo de la gesta en
canciones y en poemas. Pero fue al cumplirse treinta años del final de la guerra cuando la
más popular de las expresiones de la memoria de aquellos hechos surgiría como
canción. Compuesta por David Tukhmánov con letra de Vladimir Kharítonov, cierra
este concierto:
Día de la Victoria, que lejos estaba
de nosotros,
como una brasa escondida en una
fogata apagada.
Recorrimos millas quemados y
polvorientos
hicimos lo que pudimos por apresurar
este día.
Este Día de la Victoria
con su fuerte olor a pólvora.
Esta fiesta,
con canas en nuestras sienes.
Esta alegría,
con lágrimas en nuestros ojos.
Día de la Victoria, Día de la
Victoria.