domingo, 30 de noviembre de 2014

Lecturas: Nuestro hombre en la Habana (Graham Greene)

La duda entre la realidad y la fe, la sospecha de que tendremos que redimirnos, la condena de la carne y la tentación del sacrificio, todo eso que es teología y es catolicismo estricto, todo eso que es Graham Greene, no está aquí. Excepto en algún diálogo tonto y leve entre el padre y la hija adolescente que cual nínfula nabokoviana tienta a un sanguinario represor cubano y que son, en menor medida, los protagonistas de este Greene menor pero tan placentero. La niña, hija de divorciados, se encapricha del deporte de la hípica para sobrellevar su soledad, a flor de rebeldía, en la Cuba de finales de los cincuenta, con guerrilleros dedicados a lo suyo y el padre de la joven que quería susurrar a los jamelgos encuentra el modo de satisfacer el capricho aceptando ser informante del servicio secreto británico. Ahí tenemos a un vendedor de aspiradoras y dipsómano leve de charleta con otro extranjero medio raro y medio intrigante, del que el inglés de los cacharros, de apellido Wormold, sospecha y no sospecha. Con tal de ganarse el jornal, Wormold idea que puede ser fácil y rápido el dinero que gane inventando datos y nombres e identidades para satisfacer a sus superiores. Lo que en este punto puede dar para una novela correcta de género -teologías y culpas y redenciones aparte-, se convierte en comedia ligera, grata, sentimental, con sangre y tiros al final pero aderezados con miraditas y diálogos de amor y un final previsible con perdices comidas. No está lejos del ánimo de Greene aquí el de Evelyn Waugh con "Noticia bomba" que ya se reseñó aquí. E incluso, por acercarnos más, a Tom Sharpe. Sin desfase, sin absurdo. Con fina ironía. Una lectura leve que, con todo, no desmerece, no engaña. 

Sir Alec Guinness en la piel de Wormold
(y viceversa) 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

El tiempo no perdona

Tal vez porque el perdón, en estos tiempos en que la civilización vive su lento, majestuoso por veces, atardecer antes de que la noche se nos venga encima, es un beneficio cedido por los corderos a los matarifes, una herramienta roma y blanda, un matasuegras agujereado. Ayer el Congreso de los Diputados aprobó, con torpe unanimidad, pedir al Gobierno español que reconozca a Palestina como estado. En una de esas oportunas sincronías de la historia, no desprovista de enseñanza moral, hizo que sólo unas horas separen esa apuesto por el confeti, digna del más torpe y sonriente presidente que mi desdichada nación haya tenido, con el ataque, a cuchillo, a pistola y con hacha, que en Jerusalén (Si me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Péguese mi lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no enaltezco a Jerusalén sobre mi supremo gozo) unos palestinos asesinaran a cuatro rabinos y un policía israelíes. Nada más suceder la atrocidad, la que fuera ministra de Exteriores del anterior gobierno socialista, intentaba resolver la paradoja con una frase para la Historia: "No podemos impedir que un grupo de desalmados impida los anhelos de paz de todo un pueblo". Vale. Aceptamos pulpo como animal de compañía, y el palestino como un pueblo amante de la paz. Lo que diga Jiménez, que debe conocer mucho más que yo, que nosotros, sobre todo eso, que todos nosotros, no sólo lo que dice sino que el palestino es un pueblo amante la paz. Sí señora. Lo que usted diga.

Herramientas para construir la paz, dicen

Llego a casa. Pongo las noticias. Lo de siempre. Y entre la crónica las imágenes tantas veces vistas, los carteles impresos con prisa glorificando a los asesinos, el ulular de las señoras gordas, las palmas desacompasadas, el reparto de dulces. Esos son mártires, ésos son héroes. Ése es el pueblo amante de la paz. Resulta que los desalmados son muchos más. Que el desalmado (pero nunca desarmado) es ese pueblo que festeja el crimen, que antes, y ahora, ampara el lanzamiento de sus cohetes lanzados ciegamente contra Israel. Asco. Por el fanatismo de los que celebran, por la mentira persistente y torpe de Jiménez y de su partido que cuando fue gobierno tanto pagó a terroristas islamistas a cambio de rehenes para que siguieran comprando armas (o fabricando cohetes) para demostrar su anhelo de paz. Cuando unos días antes los correligionarios de la pandilla de los dulces había degollado a Peter Kassig compartiendo en la filmación distribuida con el asesinato su suerte con una veintena de soldados sirios. En el mismo noticiario vi un fragmento de esa filmación. Mostraba a la fila de matarifes pasando ante cámara, sujetando por el cuello a cada víctima, para recoger con gesto decidido y sin variar el rictus el cuchillo con el que demostrar su anhelo de paz como pueblo cortando después la cabeza a los desalmados.




No soy islamófobo. Hace un mes tuve una relajada y larga conversación con una amiga musulmana y española sobre su fe y la mía, llena de respeto por parte ambos, con sintonía en aspectos fundamentales. Tengo amigos en Turquía a los que respeto y que me respetan, y Ankara es un lugar en el que me siento especialmente a gusto, y Estambul una ciudad a la que quisiera regresar. Pero me desagrada esa cerrazón, esa insistencia en el error y en el terror, esa brutalidad que consiste en admitir toda aberración cuando está dirigida contra los otros. "Anhelos de paz de todo un pueblo", lo llama Jiménez. En este mismo blog he condenado los abusos de Israel cuando los ha cometido (pinchar aquí) y también he explicado, quizás con demasiado afán didáctico, por qué ese pueblo no tiene nación (aquí la perorata)



Si alguien no desea darse otra ración de mi prosa deslavazada pinchando el segundo enlace, que sepa que el momento de los dos estados fue en 1948 y que ese pueblo amante de la paz perdió esa oportunidad, dejó pasar el momento ansiado, porque no quiso. Porque prefirió la senda de los cuchillos y de los dulces, de los cánticos y de los placeres de matar judíos. Porque esa es la manera de demostrar que se ansía la paz. Y nosotros olvidando ya no sólo Jerusalén, sino Atocha. Mientras nuestros representantes votan apoyar a Palestina, en este anochecer no sólo metafórico, los amantes de la paz recogen sus cuchillos. 

Fitna (Geert Wilders, 2008)
Por mucho que nos duela, hay mucha verdad
disuelta entre el veneno y la rabia.




martes, 11 de noviembre de 2014

Lecturas: Los últimos nazis (El movimiento de resistencia alemán (1944-1947) (Perry Biddiscombe)

Werewolf se les llama empecinadamente a lo largo del libro. Werwolf, que es casi lo mismo y que también en alemán significa hombre lobo, es la palabra correcta. Y que es como se llamaron a sí mismos los miembros de la quimérica y patética resistencia nazi. El libro, que se deja leer de aquella manera, es de los que insisten en explicarte los árboles sin dejarte ver el bosque. Tal vez porque su autor, con una labor de archivo admirable, ya había publicado otro libro, que imaginamos más satisfactorio que éste, sobre el mismo tema, aquí se detiene en contar las hazañas paramilitares, más que bélicas, de éste y aquél grupo. Se lee con decreciente interés las diversas modalidades de enfrentarse a la derrota de aquellos nazis terminales, y sólo en los últimos capítulos se nombra que fueron unos mil los muertos causados por estos gudaris tedescos (coincide la cifra y el fanatismo con los primos de la serpiente y el hacha, comparación ésta, la mía, majadera pero oportuna ahora que soplan aires pestilentes de fronda sobre la piel de toro). Así que lo que se está leyendo sólo alcanza su dimensión al final del libro. Con todo, es curioso leer cómo los nazis usaron como tapadera la organización de los boy scouts, o descubrir que las novelitas de vaqueros e indios de Karl May servían como inspiración a los lobeznos nazis o el pintoresco devenir del torpe mesías Siegfried Kabus. Pero poco más.  

Lo que mande el señorito. O sea, Heil. 

Kabus fardando de lo suyo

domingo, 9 de noviembre de 2014

Que alguien haga algo (Miedo y asco en España)

Ayer estuve en el acto de Libres e Iguales en Málaga, coincidente con el de muchas capitales españolas (pero no todas, pero no todas). Teodoro León Gross, viejo amigo y compañero de estudios, lee el comunicado del día, el llamamiento último. Sencillo, razonable. Sereno. Helo aquí:


Ciudadanos:
Todos nosotros tenemos la suerte de vivir en un Estado de derecho. En España. Compartimos una Constitución que ampara nuestros derechos y fija nuestros deberes. Dentro de sus límites, podemos diseñar nuestro perfil político: compartirlo con otros muchos o elegir ser distintos a todos los demás. Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o vivimos, ni por nuestro origen familiar, ni por nuestros gustos culturales o ideológicos. Somos ciudadanos, es decir gobernantes, del territorio plural que gestiona nuestro Estado.
Mañana, en una de las regiones españolas, tan nuestra como el resto, se va a proceder a un acto simulado de democracia con la intención de privarnos de una parte de nuestra soberanía ciudadana y de mutilar nuestros derechos políticos.
Queremos denunciar alto y claro este atropello. Queremos seguir compartiendo con todos los ciudadanos españoles nuestra soberanía. Queremos defender este país unido ante los que pretenden su mutilación sectaria. No reconocemos legitimidad alguna a los intentos de fragmentar nuestra ciudadanía apelando a supuestos derechos preconstitucionales.
Y, por tanto, exigimos del gobierno del Estado español que defienda con firmeza nuestra ciudadanía común.
A 8 de noviembre de 2014.
Eso fue ayer. Estábamos en la puerta del Ayuntamiento unas doscientas personas. De una ciudad de más de medio millón. De españoles. Estupor, indignación. A mi lado, mi esposa que hoy, 9 de noviembre de 2014, tiene el corazón roto. Por catalana además de por española. Hace un momento, ella ha hablado con su madre (hija de andaluces y nacida en Cataluña). Para contar que su hermana ha llamado, cargada de alegría fatua, para contar que todos ellos, esos hijos y nietos de andaluces, acaban de volver de votar. De votar sí y sí a la pregunta del referéndum separatista que están celebrando, sin que nadie mueva un dedo, sin que a nadie le toquen un pelo, en esa región española. Alegría, pues. E ignorancia a raudales. No los culpo, por mucho (muchísimo) asco que me den. Es lo que tiene la propaganda pagada también, como español, por mi bolsillo. Es lo que tiene la apelación al agravio, la rememoración de los mitos falsos, desde ese 1714 de la derrota hasta el "presidente mártir" que en 1934 traicionó la Constitución que había jurado y proclamó su aldea quimérica y paleta que duró unas horas porque entonces alguien sí actuó.


Ahora, justo en el día en que cayó, hace un cuarto de siglo, el Muro de Berlín, los catalanes más mezquinos, más asquerosos (no insulto: me causan asco, simplemente), van con sus papeletas y su sonrisa a forjar un espejismo. Soy español. Podría haber sido turco, canadiense o guineano. O ratón, paramecio o avutarda. Me tocó ser español y del sur. Con un entronque argentino, con un origen, lejanísimo y sin confirmar, mexicano y con una forzosa conversión al catolicismo hacia 1492 desde seguramente una familia judía (mi apellido Arroyo, frecuente entre los sefardíes de Turquía). Soy español y no me desagrada serlo. Pero serlo me hace ser consciente de los defectos nacionales, de la insolencia e incultura, de la envidia y el egoísmo y tantas taras (y algunas virtudes) que compartimos. No soy, no pretendo serlo, un cantor de las esencias nacionales. Líbreme mi Dios de serlo. Pero no puedo quedarme ocioso mientras se perpetra la fiesta de la sinrazón, cuando se separan las familias (otra parte de mi familia política, la paterna, opta por rechazar la farsa ilegal de hoy) y los que tanto vociferaban que Cataluña es una nación apuestan hoy por convertirla en una aldea. En un erial con su lengua hermosa pero insignificante, con su historia falseada, con las fronteras que habrán de erigirse (y que, en forma de recelos hacia el resto de España ellos, los independentistas, han comenzado a construir en su mente para separarse de los demás, para que no los contaminen con nuestras ideas unionistas) cuando, manda narices, el muro se cayó hace 25 años. 

Ahí van todos, con su sonrisa y sus votos y sus flores al traidor Companys, a los mártires de la causa de la mezquindad y el rencor. Y sin que nadie haga nada. Hoy la Constitución española de 1978 ha muerto. O al menos ha entrado en coma (habrá que ver si sale de esta, si vuelve a despertar, o alguien la desenchufa). 



Dos tribunales, el Supremo y el Constitucional, han dictaminado que los actos de hoy son ilegales. Pero nadie actúa contra los inductores y los cómplices del delito. Nadie cumple ni hace cumplir la Constitución que yo, como funcionario, juré:

Artículo 1.2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. 

Artículo 2. 
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas. 

Artículo 8.1. 
Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. 

Artículo 9.1 
Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico. 

Artículo 155 
1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las  medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general. 
2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas. 

Todos estos artículos (seguro que me dejo algunos más) son, hoy, ahora, incumplidos. Papel mojado. Mentiras. Chistes. Y nadie hace nada. Como tampoco ayer fue casi nadie a demostrar que nos importa, que nos duele, España. No quiero caer en el lamento. Comparto nada más mi decepción, mi miedo, mi asco. Mi angustia. Sabiendo que tampoco a nadie le importa, como a nadie le importa, o eso parece, nuestro áspero y desventurado país.