Hay una foto, que describo desde la caprichosa memoria, que muestra, en blanco y negro turbio, a Onetti sentado tras su máquina de escribir, que no se ve pero se hace imprescindible para engañar la memoria, mientras vuelve la cabeza para mirar a su mujer, de la que se avizora la espalda, bucles de cabello, el mástil, tocando el violín. Ese volverse hacia la música y la mujer,. pero no abandonar la escritura, describe, en metáfora y en gesto, a Onetti, al grandísimo, semper dolens, siempre amargo, Juan Carlos Onetti. Esta novela, cumbre y a la vez de las primeras, del autor uruguayo, presenta esa escritura tensa, casi epigramática, que nos hace amarlo y a la vez compadecerlo. Larsen, su héroe sin heroísmo, siempre fracasado, siempre acariciando una idea que le haga poderoso y a la vez inmune a sí mismo, intenta aquí regentar un astillero sin actividad, puro óxido y resignación mansa, a la vez que hace por seducir a una mujer. Obviamente, todo saldrá mal. Y en esta lectura última de Onetti se transparenta por un lado la deuda con Roberto Arlt (alguien habrá comparado antes a Remo Erdosain con Larsen) e incluso con la adjetivación de otro uruguayo recriado en Argentina, Horacio Quiroga. El Quiroga fatalista y despojado de "El almohadón de plumas" (que puede leerse en la antología terrorífica de Valdemar). En todo caso, prefiero al otro Onetti, el de "Los adioses", el de "El pozo". Más austero en la derrota, más elegíaco a las claras. Brilla, en la podredumbre, el autor y el personaje que se describe, a través de los ojos de otro, con insobornable honestidad: "Este hombre que vivió los últimos treinta años del dinero sucio que le daban con gusto mujeres sucias, que atinó a defenderse de la vida sustituyéndola por una traición, sin origen, de dureza y coraje; que creyó de una manera y ahora sigue creyendo de otra, que no nació para morir sino para ganar e imponerse, que en este mismo momento se está imaginando la vida como un territorio infinito y sin tiempo en el que es forzoso avanzar y sacar ventajas"
lunes, 9 de septiembre de 2013
Lecturas: Felices pesadillas. Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar (1987-2003) (Varios autores)
La literatura fantástica es, al fin y al cabo, un amor de juventud, y tal vez de más atrás todavía. Las brujas malvadas, los corazones arrancados en un bosque, la amenaza de la medianoche, no son sino los más directos indicios, los anuncios primeros, de ese género que busca reverdecer los miedos de la cuna, de la cama estrecha y esencial. Este volumen de Valdemar, una de las editoriales españolas con el catálogo de autores y títulos más interesantes, como lo es ahora El Acantilado y antaño lo fuera la primera Siruela, quiere ser un catálogo de los primeros veinticinco años de existencia de la casa editora. Son 40 relatos, caprichosos que se reúnen aquí formando una selección que, reconocen, es más representativa que exhaustiva. 982 páginas que convocan notables gozos y alguna decepción. Se mantiene en su pedestal glorioso y lóbrego Poe con Los hechos en el caso del señor Valdemar, infaltable dado el nombre de la editorial, divierta el chafarrinón español de Balzac con El elixir de larga vida. con una sensibilidad pre-gore que llevará a la culminación, traumática y tromática Bram Stoker con la broma siniestra, bestia hasta decir basta, de Los dualistas o la funesta muerte de los gemelos, que basta parta hacer aconsejable la lectura del abrumador tocho que lo contiene. Del mismo modo, es grato volver a El grabado de M. R. James (del que es una obviedad llamarlo el mejor autor nunca habido de historias de fantasmas). Gratísimo es también el relato La pata de mono de William Wymark Jacobs, delicioso Sredni Vashtar de Saki y malsano, aunque con humedades de Cunqueiro, de Mater tenebrarum de Pilar Pedraza. El resto, hasta llegar a los 40 títulos, se leen con indiferencia o con hastío. En el caso de este lector caprichoso.