sábado, 28 de abril de 2012

Mi mano entre tus dientes

La Fura del Baus lleva al Cervantes un banquete caníbal con versos de Shakespeare

“Ven, hermano, toma una cabeza; / y en esta mano llevaré yo la otra. / Y, Lavinia, tú te ocuparás / de llevar tú mi mano, dulce niña, entre tus dientes”. Así dice Tito Andrónico, un general romano en guerra contra los godos, a su hermano, Marco, y a su propia hija, Lavinia, conminándolos a portar las cabezas cortadas de sus hijos Quinto y Marcio, y la mano que le acaban de cortar para intentar rescatar a los degollados. Esta escena terrible, en una Roma bárbara y decadente (“Lucio, insensato, ¿no adviertes que Roma no es sino una madriguera de tigres?”) está en el tercer acto de “Tito Andrónico”, el más terrorífico drama de Shakespeare que, exceso y ferocidad, es adaptado por “La Fura dels Baus” en el espectáculo “Degustación de Titus Andronicus” que llenará de espanto el Teatro Municipal Miguel de Cervantes los días 4 y 5 de febrero dentro del XXVIII Festival de Teatro de Málaga. En esta tragedia caníbal, si bien destaca la escenenografía de los catalanes de “La Fura dels Baus”, la gastronomía corresponde a Andoni Luis, del restaurante Mugaritz, uno de los mejores del mundo. Porque entre tanto espanto, se come. A través de un sorteo al que se accede a través de internet, se accede a la posibilidad de compartir escenario con otros comensales que degustan viandas que pretenden ser, aparentemente, inadmisibles. Que pretenden ser los cuerpos de Demetrio y Quirón, godos sacrificados tras haber violado a Lavinia, hija de Tito, tras haberle cortado la lengua y las manos.

           Todo es aquí chocante, terrible, inaceptable en esta tragedia a decir de alguien tan autorizado como Samuel Jonson: “La barbarie de los espectáculos y la matanza general que se exhiben aquí apenas pueden considerarse tolerables para cualquier público”. El público de la época de Shakespeare era amante de la truculencia, por lo que tuvo éxito esta historia que hoy nos parece descabellada y delirante, sólo plausible como parodia de los dramas de venganza de la época isabelina. Un amante de Shakespeare como Harold Bloom llega a decir que el bardo “no hubiera perpetrado esa atrocidad poética, ni siquiera como catarsis”. La venganza es el motor de esta historia, en la que Tito ha perdido veintiún hijos en combate contra los godos. Que él decida pagar esa deuda con el sacrificio en la pira del príncipe godo Alarbus es lo que desencadenará la sucesión de atrocidades. La malvada y airada madre de Alarbus, Tamora, abre las compuertas de la masacre en la que nadie estará a salvo. Una reina goda que se disfraza de Venganza, revistiendo a sus hijos de Estupro y Asesinato.
Trailer de la adaptación de Julie Taymor.
Bon profit!


           Se trata de una galería de malvados, de verdugos y de víctimas, de actos de crueldad inaudita, como la violación en masa de Lavinia usando como lecho el cadáver de su marido. Incluso se usarán las dagas para matar, a lo largo de treinta versos, una mosca. Todo es aquí bestial y sádico. Oigamos a Tito disponiéndose a sacrificar a los que después serán devorados. Cinco versos nos bastarán para agotar nuestra capacidad de aguante: “Escuchad, desdichados, cómo pienso martirizaros. / Esta única mano me queda aún para cortaros la garganta, / mientras Lavinia entre sus muñones sostiene / la palangana que recibe vuestra sangre culpable”. ¿No basta? Pues vayamos un poco más adelante: “escuchad, villanos, haré polvo vuestros huesos, / y con vuestra sangre y ellos haré una pasta, / y con la pasta un catafalco levantaré, / y haré dos empanadas con vuestras vergonzosas cabezas, / y pediré a esa presumida, vuestra pecadora madre, / que al igual que la tierra se trague sus propias criaturas. / Ésa es la fiesta a la que la he invitado, / y éste el banquete con el que habrá de saciarse”.

Artículo publicado en diario Sur el 29 de enero de 2011

viernes, 13 de abril de 2012

Harry Potter, entre la Gloria y el Purgatorio

93.700.000, 48.200.000 y 24.500.000. Estas cifras son las que da el buscador de Internet más reputado y completo, Google, como cifras de resultado tras pedirle que busque referencias a Harry Potter, Shakespeare y Cervantes. Quitando los matices de que ese Harry Potter localizado puede ser también cualquier persona así llamada, y que el Cervantes y el Shakespeare localizados pueden no llamarse Miguel o William, lo obvio es la aplastante superioridad, en la red, del personaje de J. K. Rowling frente a los dos mayores autores de los idiomas inglés y español. Nos encontramos, pues, frente a un fenómeno que ha superado, en mucho, la fama  popular de los grandes clásicos. Algo que nos hace cuestionarnos qué diferencias hay entre los gustos académicos y los del gran público. Si puede medirse la serie de novelas de Harry Potter con los títulos clásicos de la literatura universal. A la vista de las ventas de las seis novelas publicadas y a la espera de la última de ellas, más de 325 millones de ejemplares traducidos a 65 idiomas, un vértigo sobreviene, una sospecha de que nos estamos manejando en terrenos más de la mercadotecnia que de la literatura. Tal vez la respuesta más adecuada esté a medio camino entre la de los detractores más tajantes y la de los entusiastas incondicionales. Que desde 1997, año de la aparición de “Harry Potter y la Piedra Filosofal”, y en sólo diez años, se haya creado una generación de lectores impacientes es algo que se debe agradecer a J. K. Rowling y su personaje. Que esos niños y adolescentes después no sean capaces de realimentar su capacidad de lectura, hacerla evolucionar hacia otros autores, hacia otro gusto, será algo por lo que habrá  que pedir cuentas a los educadores y a los padres (que también deben ser los principales educadores). Que un buen puñado de jóvenes lectores (de hecho, miles en presencia y millones en espíritu) se agolpen a las puertas de las librerías en la noche del 20 al 21 de julio para acceder al volumen que contará el destino final de Potter y aguarden la última campanada para lanzarse sobre esas páginas es algo que sólo puede ser saludado de manera positiva.
Aquí, unos pardillos

       Que la serie padezca de repetición de las recetas narrativas, de que el marketing sirva para cubrir los defectos y magnificar el producto, que su trama lleve a los lectores a un mundo de fantasía ajeno al mundo real, mucho más terrible que  el que Rowling presenta, es lo de menos. Si se intenta resumir de la forma más breve la trama genérica de las seis novelas ya aparecidas, se llegará a la conclusión de que forman lo que se conoce como novela de formación, e incluso una novela iniciática. ¿De qué va, entonces, la serie de Harry Potter? Muy sencillo: El hechicero Lord Voldemort asesina a los padres de Harry, que es adoptado por sus tíos que lo crían sin afecto alguno; al cumplir 11 años, Harry descubre que tiene poderes mágicos, y entra en una escuela de magia y hechicería, donde comienza a tener amigos y sentirse feliz mientras aprende diversas técnicas mágicas. También aprende, mientras intenta librarse de las asechanzas del malvado Voltemort, que la vida eterna depende de la posesión de una piedra mágica. 

No es difícil descubrir tras estos apuntes elementales que tras esa trama base se ocultan el mito de Edipo, la narrativa de Dickens con sus huérfanos desvalidos pero valientes y la literatura artúrica con la búsqueda del Santo Grial. La decisión de Rowling de hacer de la magia el elemento fundamental de la vida de Potter llevó a la Iglesia Católica a señalar la nocividad de esta lectura. El propio Joseph Ratzinger, antes de llegar a calzar las sandalias del pescador, dio su beneplácito, en 2003, a las opiniones de la socióloga alemana Gabriele Kuby que en un polémico ensayo acusa a las novelas del niño mago de corromper el alma de los jóvenes lectores, dañando la relación con la divinidad a la vez que es ensalzado el mundo maléfico mientras que es desdeñado el de aquí abajo. Con todo, es la autoridad de Benedicto XVI la que esgrimió recientemente un pirata informático para adelantar el final de la última novela de la saga, desvelando la muerte de uno de los personajes principales. La propagación de ideas neopaganas, alertada por Ratzinger, fue la razón aducida por el aguafiestas literario. 
       Harold Bloom, uno de los más conocidos críticos literarios, formulador del tan debatido “Canon occidental”, juzgó también a Rowling y a su criatura a través del artículo “¿Pueden equivocarse 35 millones de compradores de libros? Sí” en el que trataba sobre la primera novela de la serie. Su opinión, como delata el título, no fue positiva. Sólo razones de mercado, de respuesta a una necesidad, a una demanda de consumo, pueden explicar el fenómeno. Tachando de espantosa la escritura de Rowling, Bloom llega a la conclusión de que los lectores de esta autora simplemente están preparándose para leer en el futuro a Stephen King. Y eso sí que sería nefasto, según Bloom.
Anteriormente, otros libros destinados al público joven intentaron ganarse el favor del mercado. Desde la serie de “Las crónicas de Narnia” de C. S. Lewis (escritas desde una notabilísima óptica cristiana), las andanzas del anarquista Guillermo Brown o las estimulantes pero ñoñas aventuras de los Cinco y de sus clónicos pobres, los Hollister, ninguna ha conseguido el fervor masivo, millonario, universal, de los títulos acerca de Potter. A lo más, los que forman el ciclo de “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien, que son aceptados por los detractores católicos de Rowling por cuanto la victoria de Frodo se debe a que asume virtudes cristianas, mientras que el niño Harry sobrevive gracias al uso de saberes esotéricos, lo que vale para que su hipotético credo sea tachado de gnóstico.
Sea como sea, más allá de obediencias o gustos, de justificaciones del escapismo, de anatemas y comercio, nadie podrá evitar que dentro de diez, quince, veinte años, alguien que fue lector de la serie de Harry Potter cierre, tras haberlo disfrutado, un libro de Stephen King, de Charles Dickens, de Harold Bloom o de Joseph Ratzinger.


Artículo publicado en diario Sur el 13 de julio de 2007, con ocasión de la publicación de la que fue última entrega de lla serie de Harry Potter de J. K. Rowling

jueves, 5 de abril de 2012

Palabras para Paco Hernández


Es jueves santo. No, Jueves Santo. Un hombre, que fue todos los hombres, muere. Pero la imagen sofisticada, elegante, la comparación retórica y espiritual que quisiera haber encontrado para comenzar este texto queda truncada. Hubiera querido identificar esa muerte con la de otro hombre que creyó en Cristo y que, simetrías lúgubres, ha muerto hoy, este jueves, Jueves Santos, hace unas horas. Es Francisco Hernández Díaz. Francisco Hernández, pintor. Paco Hernández. Nuestro Paco.
 
 
 
Este hombretón de voz grave y cascada ha fallecido en su localidad adoptiva de Vélez-Málaga tras uno de sus tantos ingresos hospitalarios en el que ha sido una afección pulmonar la que nos ha dejado vacíos a quienes lo quisimos, sin nada mejor que hacer que escribir para espantar la tristeza espantosa. Lo conocí hace más de veinte años, por razones laborales. Yo era coordinador de una beca para artistas y él era miembro del jurado deliberador. Ahí supo mi nombre y supo que era poco más que alguien que leía y comentaba, en voz alta, palabras de otros. Más tarde, publiqué en Sur algún que otro artículo sobre ese pintor magistral. Poco después llegó un gran dibujo, a tinta, y las cartas. Me admiraba, pero menos de lo que yo lo admiré. Nos cruzábamos cartas en las que él nombraba con apasionamiento a Teresa de Jesús y a Cervantes, y yo le contestaba con otras que citaban a Van Gogh o a Picasso. Paco, que tantas veces se reinventó tras ereflexión honda y valiente, y aunque últimamente había hecho una apuesta por una modernidad extraña y especialmente arriesgada, no era un artista para este tiempo, para este lugar. Me lo imagino más bien viviendo en el Toledo del siglo XVI, saliendo de misa para ir a su estudio, donde una incandescencia de Palestrina se podría leer en sus labios mientras pinta, esforzado, el pie doloroso de un crucificado. Porque Paco, y cuesta tantísimo nombrarlo cuando está peerplejamente recién muerto, pudo ser El Greco, o algún místico de ese tiempo que no es el de ahora pero que, querido Paco, Maestro, es el nuestro, ¿verdad que sí?
 
Duele su muerte. Su ausencia. Quisiera haber entonado una elegía digna de él y superior a mis capacidades. Pero ésto es lo que sale. En esta tarde gris de Jueves Santo. De un Jueves de Ceniza. Miro en mi archivo, busco otras palabras para él, alguna que leyó. Encuentro un recorte de Sur, del 20 de abril de 2007. Una crítica a una antológica suya. Lo copio. Insuficiente homenaje. Pero aquí está.
 
FRANCISCO HERNÁNDEZ, PINTOR ABSOLUTO
 
Hay exposiciones que se contemplan con cierto ansancio, en las que las obras, y más cuando pertenecen a un mismo artista, se observan con una sensación incómoda de que cada pieza es una variación de la anterior, dedicándose el autor a reiterar unas ciertas marcas de estilo con variaciones leves. Son esas exposiciones de las que el espectador sale con la imagen de un único cuadro que viene a ser el compendio de todos. Afortunadamente, el caso de esta muestra, 'Francisco Hernández 1945-2007' es otro.

Porque aquí se da la oportunidad para disfrutar de un altísimo artista que ojalá encuentre aquí la oportunidad para convertirse en un clásico de la pintura malagueña que el público sitúe a la altura de, por poner un ejemplo de pintor bien apreciado por el pueblo, Félix Revello de Toro, cuya antológica en este mismo lugar se convirtió en un clamoroso éxito de público.

Pero no significa esto que la obra de Revello y la de Hernández se parezcan. De hecho, no tienen ninguna afinidad. Simplemente, sirvan estas afirmaciones como aviso a los malagueños para que acudan tumultuosamente a las salas del Museo del Patrimonio Municipal porque la obra de Hernández posee una fuerza, una calidad y un interés como para situarse entre los favoritos intemporales de los visitantes. Oportunidades como ésta, pueden creerlo, no se dan a menudo.

Aunque conocido de sobra por los aficionados, y no solamente los de Málaga, Hernández es un artista absoluto, de los que crean creyendo en lo que hacen y solamente en lo que hacen, ajenos al tiempo o los caprichos del gusto. Es, por lo tanto, un creador titánico, un Maestro con mayúscula en este tiempo de osadías insípidas. No se puede glosar en una crítica la trayectoria de un autor que lleva nada menos que 62 años asombrando. Su pluralidad de temas y hasta de estilos sobrepasan con mucho lo que pueda explicarse en lo que no llega a ser más que un reflejo escrito de una experiencia visual. Baste con indicar que la contundencia angustiosa de la representación de Adán y Eva expuesta en la planta baja de las salas encontrará al final del recorrido la joya de un vía crucis dibujado con la sabiduría y la exactitud de un artista maduro y pleno pero con el dato de que el autor tenía entonces, 1945, trece años. Perplejidad produce Hernández, perplejidad su capacidad de multiplicarse en temas y estilos que van desde la congoja de vivir tal como la expresaba Francis Bacon hasta el Barroco de la Semana Santa de nuestra tierra o la Mitología que se asoma a 'La caída de Ícaro' con un prodigio de escorzos dignos del Renacimiento.

Todo ello urge y propicia la visita a esta muestra, montada con un acierto pleno y comisariada por Enrique Castaños Alés y que, avisado queda el visitante, quedará convertida en una experiencia que se tardará mucho, mucho, en olvidar. Si es que esto es posible.

Hace dos años, Paco, en un Viernes Santo, 
habla de la pasión de Cristo