viernes, 24 de agosto de 2012

Salvarse de la quema: La cultura en la Feria 2012


Arde la calle, de ruido, de sol cayendo a plano, de furia. De hoy estamos aquí, y de mañana quién sabe qué pasará (y es inevitable el retorno, oportuno y astuto, de los versos de Lorenzo de Medici, que nos alerta o alienta sobre la alegría y el desasosiego: “qué hermosa es la juventud / que huye a cada momento: / quien quiera, que esté contento: / del mañana no hay certeza). Y lo único que ofrece una seguridad, una permanencia, es lo que se constituye en referencia inmune al tiempo: la cultura, el saber, el arte. La cultura que, recortada y temblando, pero firme y viva (“y no se consumía”, como la decía de la zarza ardiente de Moisés) vuelve a asomar en esta Feria, como asoman los topos bajo el papel rasgado del cartel de Ana Soro, que acierta en su propósito pero amaga un tanto en su intensidad.

Aunque sólo sea por el fresquito que la conservación de las obras impone, merece recorrer las exposiciones que en esta Feria coinciden. En la Fundación Picasso nos encontramos lo que se espera. Por una parte, con música de Bach para piano sonando, tenemos “Picasso: Variaciones”, un vistazo breve e intenso a cómo el malagueño combinaba formas y obsesiones. En la sala de Plaza de la Merced nº 13, “Picasso: La seducción clásica”, o cómo el clasicismo, ejemplarizado las más de las veces en desnudos, era para Picasso algo que le seducía pero también de lo que debía, o podía, apartarse. En el Archivo Municipal nos enfrentamos a la “Colección de Dibujos DKV”. Que DKV sea una compañía de seguros y que comprara dibujos para humanizar los pasillos terribles de un hospital y que de ahí se convirtiera en una colección importante debe servirnos de consuelo. Los autores son jóvenes artistas de los 90 y de ahora, con sus propuestas independientes y amigas del riesgo sin prima. Algo muy alejado del casticismo tan propio de nuestra fiesta inminente. En el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga, MUPAM, otras dos exposiciones. Ambas debidas a mujeres. En las salas de la Coracha, y en tres alturas, bajo el título obvio “Caballero/Pedroche/Vargas-Machuca” Pepa Caballero (fallecida hace escasas semanas, lo que convierte en escalofriantes sus obras realizadas en plena enfermedad), Titi Pedroche y María José Vargas-Machuca unen, y dispersan, sus obras:  una pieza de la exposición, “Retablo”, está formada por el ensamblaje de numerosos óleos pequeños de las tres pintoras. En el cuerpo propio del Museo, en su tercera planta, hay una pequeña y modélica exposición, “La estética de la Edad Moderna en Femenino” en la que se incluyen dos extraordinarias pintoras Sofonisba Anguisciola y Artemisia Gentileschi, que sirven como imán para el visitante que queda fascinado por el conjunto de la exposición, en la que hay mucho más y hay emoción y alta belleza. Como la hay en el Museo Carmen Thyssen Málaga. Allí, la exposición temporal, “Paraísos y Paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a Gauguin” nos invita a meternos en jardines (alejándonos de la selva oscura del garbeo del Dante). Con cuadros pintados entre el siglo XVII y un pedazo del XX (más allá del subtítulo de la muestra), con especial incidencia en la pintura norteamericana del XIX y el Impresionismo, nos encontramos con un festín visual  que se hace sensorial e incluso moral: para aviso de descreídos, el Paraíso existe. O existió.

Este sosiego lo rompe, aunque no del todo, el CAC Málaga. Allí, dentro de la semi-permanente, y cambiante,  selección de obras de la colección de Carmen Riera, reunidas bajo el títuylo de “Pasión”, sigue manteniendo su interés todo lo debido a Warhol  y la rara pintura hecha al alimón por Andy Warhol, Francesco Clemente y Jean-Michel Basquiat. La presentación de la colección permanente bajo la advocación de “Apocalipsis” no es tan fatalista como se temiera, mientas que “Fluido”, de Per Barclay, es de esas cosas para rascarse la nuca y no saber sui creer o descreer en el arte contemporáneo. Siete mil litros de algo pegajoso sobre lo que se refleja el techo tiene la culpa. Finalmente, más interés tiene “Horizontalia”, una exposición antológica centrada en la producción de las últimas décadas del desaforado artista pop sevillano. Mucho ruido, mucha furia, mucha ironía. Mucho interés.
El chapapote considerado
como una de las Bellas Artes, o sea


Quien quiera olvidar el líquido pegajoso del CAC tiene la opción del Museo Revello de Toro, con una pequeña exposición con carteles de feria, de carnaval y de diversos festejos malagueños. Y quien quiera pagar por sus pecados (y también en taquilla), tiene la oportunidad de sumarse, en el Palacio Episcopal, al espectacular montaje “La Sábana Santa. La ciencia da la respuesta”, que, más allá de la fe o del fraude, tiene el mérito, avalado por el público, de tener una presentación muy elaborada capaz de responder muchas preguntas y de despertar otras. Un acontecimiento no sólo mediático que proporciona un buen rato de meditación. Finalmente, la Alcazaba acoge la exposición “Arqueología experimental. Tipología de la cerámica nazarí”, resultado de la labor de los profesores y  alumnos de la Escuela de Arte San Telmo que reconstruyen las formas perfectas de la cerámica nazarí a través de una experiencia didáctica y de investigación.

Artículo publicado en diario Sur el 10 de agosto de 2012

miércoles, 22 de agosto de 2012

Carlos Durán (in memoriam)

Hace unos años publiqué en Sur un perfil de Carlos Durán. Accedió a ser retratado por mi pluma, y para el fotógrafo optó, único caso en aquella larga serie de artículos, por posar con una máscara. Aquellos artículos ocuupaban una página completa. A cada lado, ocupando toda la altura del papel, el rostro de perfil, y de frente aunque limitado a la mitad, del artista. Tapado desafiante o pudorosamente por una máscara de hechuras vénetas. Hoy Carlos Durán ha muerto. Descanse en paz. A continuación, aquel lejano artículo, que debe verse ahora como un homenaje sin máscara.              


               Acaso no hay otro momento en que Málaga se parezca tanto a sí misma como en los cuadros de Carlos Durán (Málaga, 1949) en los que tanto parece California (una California de autos aerodinámicos, llenos de aletas satelitales, pero sin coches) o a cualquier otro lugar soleado y paradisíaco. Porque no ser como nosotros mismos es lo que nos distingue, y la manera que tenemos de amar esta ciudad es ignorarla cada día. Algo muy raro pero no descabellado, si caen en la cuenta. Lo que quiere decir que para hablar de Carlos Durán tenemos que tomar otra referencia y otro momento, y dar un salto al Madrid del año en que allí murió el tirano tambaleante y gallego, cuando el tarifeño Guillermo Pérez Villalta pintó un gran cuadro en el que aparecían los que entonces eran los jóvenes artistas de lo que poco después llegó a llamarse nueva figuración madrileña y en el que aparecían, y siguen apareciendo, dos pintores malagueños: Bola Barrionuevo y Carlos Durán.


                Carlos Durán se ha sabido mantener fiel a la heterodoxia de entonces, pero con diferencias que, sin llevarle a la herejía y al anatema, le muestran como un pintor que, si bien ha realizado elegantísimas pinturas como Perspectiva diurna (1979), que sirve por sí sola para hacerle doctor summa cum laude en esta disciplina, también muestra una tendencia a escapar de la nitidez perfecta de las formas perfectas de la belleza perfecta. Es un paradisíaco Carlos, pero con cierta rebeldía por la bonanza de ese, este, Edén, y así en sus naturalezas muertas hay formas que quieren huir de sí mismas, pescados que más que muertos parecen desesperados y voraces, agresivos casi, a punto de evaporarse o de transformarse en cualquier otra cosa.

                Y es que es la naturaleza, más que las bien construidas alegorías de, digamos, el propio Pérez Villalta o de Sigfrido Martín Begué, lo que constituye el centro de la obra de Durán, sea con este dinamismo contradictorio y angustiante de sus naturalezas muertas, sea en los paisajes, habitualmente del Monte de Sancha y El Limonar, donde ejercita Carlos con más placer la pintura. Las alegorías las guarda para representar el propio oficio de pintor, más que para reflexionar sobre él. Como Shakespeare en su tragedia del príncipe de Dinamarca, en la que hay teatro dentro del teatro, en Carlos Durán hay pintura dentro de la pintura, que es como decir un laberinto dentro de un espejo. En todo caso, celebración de un arte venerable, de unos caminos que Carlos Durán se niega a abandonar. Lo que significó la llamada Nueva Figuración Madrileña no ha muerto. Es un modelo que no se agota, y que tiene en su interior la habilidad suficiente para auto-regenerarse. Por ello la pintura de Carlos Durán se transforma con el tiempo, y es en su obra realizada en Venecia donde más se aparta de lo conocido en él, pero más que centrarse en la representación de los vidrios de Murano, en esas pinturas lo que hay es por un lado la estética de los pergaminos egipcios, con sus figuras inconexas y ensimismadas sobre fondo de oro, y en vez de referencias a Venecia, tan fáciles, las hay al abrupto arte etrusco.

                Así es Carlos Durán: egipcio o etrusco en Venecia, y paradisíaco en la ciudad del sol, por usar un título utópico de Tommaso Campanella más que el nombre de un lugar, lo cual es apostar por la fascinación roja de la piel del fruto ante la amenaza fascinante y la dulce espera de los ojos de la serpiente. Mientras no llega la expulsión y la juventud es eterna, Carlos Durán pinta. Y con su pintura, mientras tanto, nos salva.