miércoles, 28 de diciembre de 2011

Fin de época

     Casi todos los materiales que el hipotético, y paciente, lector ha podido encontrar en este blog vieron su luz primera en papel, en las páginas del suplemento cultural "Territorios de la Cultura" que acogió desde noviembre de 2009 el diario Sur, y que antes se llamara "Vivir la Cultura". Tuve la dicha de ser, bajo la denominación de asesor, quien propusiera y encargara a sus autores los temas de apertura de cada número, además de encargarme de escribir la sección "Equipaje cultural". La coyuntura adversa hace que el del 24 de diciembre de 2011 haya sido el de la aparición del último número. Junto a la melancolía, anida en mí la gratitud por el periódico que durante siete años confió en mi persona para sacar adelante el suplemento que tantas satisfacciones me ha dado.

     A partir de ahora, en este blog iré publicando viejos artículos, nuevos comentarios. Lo que se vaya antojando. En todo caso, yano será igual. Lo que quizás sea mejor.

     Pensé en ilustrar este comentario con una imagen melancólica. Un grabado de Durero, una imagen de la isla japonesa de Hashima, unas ruinas pintadas por Friedrich. Cosas así. Pero el pesimismo es un lujo en estos tiempos difíciles. Os dejo con una pintura, poco conocida, de René Magritte, deliciosamente descerebrada y estúpida. El título, "Pom-po-pom-po-pon-po-pon-pon". La fecha, 1948, cuando Europa era una ruina tras la Segunda Guerra Mundial. El melodrama (y sin melo), sobra. Que sea leve el tiempo con todos. Y feliz Navidad, jag sameaj Hanuká, feliz año nuevo. Mazel tov, felicidades. Chi vuol esser lieto, sia. Podemos ir en paz. Shantih shantih shantih. Todo eso. Y más.

A una nariz pegado

El Teatro Cánovas acoge durante las Navidades un montaje de “Cyrano de Bergerac” dirigido a los más jóvenes: una fábula conmovedora plena de encanto e ingenio

No creo que un pintor solemne como Felipe de Champagne lo refleje en sus lienzos. Pero su aire extraño, grotesco, extravagante y ridículo hubiera podido inspirar al genial Callot, el consumado espadachín de sus mascaradas: sombrero de tres plumas, jubón con seis faldones y capa que, por detrás, levanta con orgullo el estoque como cola de insolente gallo. Es más fiero que todos los Artabanes que la Gascuña trajo al mundo. Sobre su golilla, cual la de Polichinela, cae una nariz... ¡Y qué nariz, señores, qué nariz!... Al ver pasar tamaño narigudo uno exclama: «No, no es posible... Por favor, ¡esto pasa de la raya!», pensando que no es más que una broma, que se trata de una careta y se la quitará al instante... Pero Cyrano no se la quitará nunca.” Con estas palabras se describe, antes de que aparezca en escena, a uno de los más populares personajes de la dramaturgia universal. Con estas palabras, con el estilo rebuscado, las alusiones francesas y la referencia a la nariz, sobre todo la nariz, basta para que el lector sepa que estamos hablando de Cyrano de Bergerac.

Detrás de toda gran nariz hay un gran hombre...

La obra, escrita por Jean Rostand, vuelve una vez más a Málaga y esta vez se trata de una adaptación pensada para los niños en la que los textos han sido reelaborados por Macarena Pérez Bravo y Josemi Rodríguez. Este montaje de Pata Teatro, dirigido por Ignacio Nacho, estará en el Teatro Cánovas, del 27 al 30 de diciembre y del 2 al 4 de enero. Ocasiones abundantes para que los niños se adentren en el teatro y experimenten lo que los espectadores franceses de aquel remoto 1897 que aclamó ese regreso al romanticismo, a la reivindicación de la emoción pura y el sacrificio galante, la celebración  del ingenio y la apoteosis de la palabra como resumió Gourmont: “Aparecido después del espantoso teatro farmacéutico y procesal de Alejandro Dumas, Cyrano fue como un delicioso vaso de vino fresco y perfumado después de una larga carrera por el polvo de las calles”.

Trailer de la película de 1950

El personaje, ingenioso y lenguaraz, que maneja la espada casi tan bien como el idioma, se basa en un escritor anterior, del siglo XVII, Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, autor de un clásico de la proto-ciencia ficción, “El otro mundo”, que engloba dos trabajos titulados “Historia Cómica de los Estados e Imperios del Sol” y de la Luna. La fama rápida que consiguió la fantasía escénica de Rostand, cargada de dulzura, donaire y desgarro, se renovó en 1950 con una adaptación cinematográfica en la que José Ferrer era el hombre a una nariz pegado y reverdecida en 1990 con los rasgos de Gérard Depardieu y adulterada en una comedieta en 1987 por Steve Martin. Para los nostálgicos, es posible recuperar en la web de Rtve el “Estudio Uno” que en 1968 hicieran adaptando este clásico popular y en la que Cyrano es el malagueño José María Escuer.

       Con esta carga de recuerdos, los padres no necesitarán mucho más para apreciar los atractivos de una obra que, sí, será leve y amable, a pesar de sus elementos trágicos, pero que es inmortal con su asequible fábula acerca de las apariencias, la futilidad de la belleza y el valor del sacrificio y la renuncia, la pasión callada pero tan locuaz, de quien muere entre ocurrencias sin haber desfallecido en su secreto y su devoción.

Artículo publicado en diario Sur el 24 de diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuando fuimos esclavos


       Una vez fuimos esclavos en Egipto, recuérdalo, y ten en cuenta que porque una vez fuimos esclavos y ya no lo somos debemos ser virtuosos y dar las gracias a Dios. En lo anterior se resume, llevándolo al extremo del telegrama, el quinto libro de la Torah, del Pentateuco, y es ese libro de celebración de la libertad, de reconciliación con la vida, de esperanza en el futuro, en ese libro del Deuteronomio (queda raro hablar aquí del Antiguo Testamento cuando en el Nuevo está llegando a Belén una pareja que busca techo), donde está el espíritu pleno de un género musical que está a punto de llegar al Cervantes. El góspel. “No hay lluvia que te moje, / oh sí, quiero ir a casa, / no hay sol que te queme, / oh sí, quiero ir a casa, / no hay látigos restallando, / oh sí, quiero ir a casa”. 

     La cita es el 19 de diciembre, y quien comparece es el Alabama Gospel Choir, que ya estuvo en parecidas fechas en 2009. Son 20 voces las que conforman este coro fundado en 1946. En otro tiempo de esperanza y vida, en los que la libertad plena aún no estaba garantizada para los negros de Estados Unidos, de ese profundo Sur que cuenta en Alabama con una ciudad hermanada con Málaga, Mobile. “Gracia asombrosa, ¡qué dulce sonido / que salvó a un desgraciado como yo! / Estuve perdido, pero ahora fui encontrado, / ciego estaba, pero ahora puedo ver. / Fue la Gracia la que le enseñó a mi corazón a temer, / y fue la Gracia la que mis miedos quitó. / ¡Qué preciosa hace la Gracia / parecer la hora en que por vez primera creí! / A través de muchos peligros, esfuerzos y trampas, / ya hemos llegado. / Esta Gracia me ha traído seguro desde lejos, / y será la Gracia la que a casa me llevará”.
Mahalia Jackson: Amazing Grace

            Hablamos no sólo de la Biblia. Hablamos de una música convertida en fe, pues el góspel, que no en vano significa evangelio, es la expresión musical de una esperanza de plenitud y libertad. Para comprenderlo debemos irnos a ese siglo XIX de campos de algodón y látigos, tiempos en que en los sermones obligatorios había algo en su fondo que brillaba señalando el camino. El pueblo judío de las Escrituras pasaba a ser el pueblo sudoroso de los esclavos negros, y el Egipto de la opresión era ahora atravesado por el Mississippi, y las gracias a Dios del Deuteronomio, la gesta del Éxodo, pasaban a ser palabras y hechos que los esclavos podían hacer propios.  “Nadie sabe lo mal que lo he pasado, nadie lo sabe sino Jesús, nadie sabe lo mal que lo he pasado. Cantad. / ¡Gloria, aleluya! / Una mañana estaba caminando, ¡oh, sí Señor! / Vi unas bayas, / ¡oh, sí Señor! / Cogí las bayas y bebí el jugo, / ¡oh, sí Señor! Tan dulces como la miel del panal, / ¡oh, sí Señor! / A veces estoy alegre, a veces estoy triste, / ¡oh, sí Señor! A veces casi estoy por los suelos ¡oh, sí Señor!”. Y aunque naciera en el siglo XIX, hijo de los cantos de trabajo y sobrino del blues, será en la gran depresión del 29, de la que nuestra crisis de hoy es nieta, cuando tenga su desarrollo  pleno. Es entonces cuando el góspel, con el desarrollo de la radio y las discográficas, y al abrigo de la popularización del jazz, alcanza su momento álgido. “Hemos recorrido un largo camino, Señor / un largo camino. / Hemos recorrido un largo camino, Señor”. La capacidad subversiva de estas letras fue ya vista por el dirigente abolicionista y ex esclavo Frederick Douglass: “Un observador atento podía detectar en nuestros repetidos 'Oh Canaán, dulce Canaán, voy camino de Canaán' algo más que la esperanza de alcanzar el cielo. Queríamos decir alcanzar el Norte y el Norte era nuestro Canaán”. Es casi Navidad. Deberíamos ser felices. Para serlo, deberíamos mirar en nuestro fondo y recordar que una vez fuimos esclavos y que la vida está ahí delante, oh sí, Señor.
 Artículo publicado en diario Sur el 17 de diciembre de 2011

martes, 13 de diciembre de 2011

Música de las esferas

La noticia es vieja, tanto como Pitágoras. Pero está datada en 2004, cuando un satélite de la NASA pudo captar lo que aquellos griegos llamaron “música de las esferas”. Esta vez fue corroborado aquella teoría venerable por algo que fallidamente dio el acrónimo de TRACE (Transition Region and Coronal Explorer), con lo bien que hubiera quedado trance, pero ahí hubiera dado entre nosotros una asociación de ideas con pastilleros y bacalaos, cosas así, pero lo que importa es que la atmósfera del sol, decían los titulares de entonces, emitía ondas sonoras 300 veces más graves que las que puede captar el oído humano. De ahí a confirmarse que cada cuerpo celeste emite algo parecido y que todo se armoniza según una pauta secreta pero que no importa porque nadie la oye pero que ahí está, poco, o muchísimo, queda. Una conjetura poética, al fin y al cabo, que nos puede llevar a los terrenos resbaladizos y resplandecientes y serenísimos, de la fe. Pero vivimos tiempos en que se cree que un orangután tripulando un caza supersónico es más ético que un campesino analfabeto inclinado sobre un arado de palo. Algo así dijo Ernesto Sabato, que tanto pensó en la superstición de la ciencia y que recorrió el camino difícil del cientifismo a la trascendencia. Pero valga todo esto, este sermón sabatiano y cósmico, para justificar por qué tiene una armonía recóndita el programa extraño de la Orquesta Filarmónica de Málaga que unirá Cosmos y panderetas el 16 y 17 de diciembre en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes. Bajo la dirección de Edmon Colomer, bajo el título conciliador de “Navidad” se interpretará la suite sinfónica “Los planetas”, op. 32, de Gustav Holst y una selección de diez villancicos populares andaluces (quiere esto decir que habrá chiquirriquitín pero no fum, fum fum) orquestados, irónicamente, por Albert Guinovart.
El (piadoso y fantasioso) libro de Pijoan

      De lo que todos hemos cantado o sufrido cada año al acercarse estas fechas, sin ponernos tan divinos como para confesar que uno se decantaba por aquello de Haendel de “for unto us a child is born...”, no será preciso hacer aquí la exégesis ni hacer explícita la nostalgia por los trajes de pastorcillo con atroces camisas de cuadros de franela que aquella navidad de 1970, en una noche de frío. No, paremos la nostalgia ombliguista de cuando fuimos inocentes y cristianísimos. Y vayamos a Holst, a esa suite ha dejado de ser tan popular como fuera y que nació aquí al lado y tan lejos. Es decir, en Gibraltar y rozando los chispazos primeros de la Gran Guerra. Allí fue donde, de viaje con un amigo, prendió la idea componer un grupo de piezas inspiradas en los diversos plnetas y sus caracteres presumibles. No es rara la idea, con todo. Hay un libro del cura Rafael Pijoan, editado en 1895, en Madrid, que sostiene que todas esas bolas que los telescopios captan están, todas, habitadas, pasando a describir cómo es cada bicho, su manera de ser, según el temperamento que creemos que debe tener cada planeta. Que en Holst eran “Marte, el que trae la guerra” (violencia rítmica),  “Venus, el portador de la paz” (mágica lentitud etérea), “Mercurio, el mensajero alado” (scherzo con flauta y celesta), “Júpiter, el portador de la alegría” (danza que alberga en su interior un himno patriótico inglés), “Saturno, el que trae la Vejez” (sombrío), “Urano, el mago” (melodía exasperante de fagots) y “Neptuno, el místico” (termina con un coro sin palabras). Mucha audacia y mucha facilidad hay en esta música. Mucho acierto. Mucha esfera, mucha música (de la buena).
En el interior, el himo "I vow thee, my country"

      Y muchas felicidades en esta Navidad. Y como dice el padre Pijoan en la página 232 de mi ejemplar, “Por tantas magnificencias, por tantas bondades, por tantos beneficios derramados sobre tantos mundos, brote de los labios de todos sus habitantes un himno solemne y eterno de acción de gracias”.

Artículo publicado en diario Sur el 10 de diciembre de 2011

sábado, 3 de diciembre de 2011

De encaje y seda

Una zarzuela situada en la encrucijada entre dos épocas,  “Luisa Fernanda”, trae al Teatro Cervantes una de las más tardías cumbres del género lírico español
Luis Algorri, uno de los más atinados, y eficaces, cronistas culturales de España (obviemos el sonrojo de llamarla “este país”), y que tiene en la música su principal caballo de batalla, dejó escrito, en el libreto interior de un disco, que “Moreno Torroba hubiera pasado a la historia aunque no hubiese escrito más que esta zarzuela simplemente perfecta, “Luisa Fernanda”. Que entre la numerosa producción de Moreno Torroba ninguna otra zarzuela tenga un renombre similar (trece fueron llevadas al disco, al menos otras seis quedaron fuera de ese privilegio), y que además se atreviera en dos ocasiones con la ópera (una datada en 1925, “La virgen de Mayo”, vapuleada por la crítica, y otra estrenada, en 1980, dos años antes de la muerte del compositor, merced al cariño grande que le tuvo Plácido Domingo), significa que una obra maestra es suficiente, que sólo ella, como decía Algorri, justifica una carrera tan extensa. Y, casi casi, con el permiso nada más que de don Pablo Sorozábal, supone el dignísimo cierre de nuestra ópera nacional, ese enigma encantador y ruidoso, pero también delicadísimo y no pocas veces sublime, al que venimos en llamar zarzuela. Y es que “Luisa Fernanda”, uno de los mejores cantos del cisne español, fue estrenada nada menos que en 1932, entre dos épocas sin pertenecer del todo a ninguna de ellas.
De este apacible rincón de Madrid

Pero aclaremos antes el qué, el cuándo, el dónde de aquí. “Luisa Fernanda”, comedia lírica en tres actos con música de Federico Moreno Torroba y libreto de Federico Romero y  Guillermo Fernández Shaw a cargo de la malagueña e incansable compañía Teatro Lírico Andaluz dentro de su IV Ciclo Malagueño, con Susana Galindo, Sonia García, Miguel Guardiola, Rosa Ruiz, Alberto Cerrada, Pablo Prados, Luis Pacetti, Lourdes Martín, Antonio Torres y Carlos Alberto. El coro y orquesta son los del Teatro Lírico Andaluz, la dirección escénica es de Pablo Prados, y de Arturo Díez Boscovich la musical. La fecha es este domingo 4 de diciembre con dos funciones.
A la sombra de una sombrilla...


Habanera del Saboyano a partir del minuto 4:38

Ambientada a medias en Madrid y en Extremadura, cuenta los amores contrariados entre Luisa Fernanda, hija de un antiguo escribiente de Palacio y notoriamente monárquico, y Javier, un militar que se verá, por enredos y conveniencias, metido en la disputa que en ese 1868, en vísperas de la Revolución Gloriosa, separa a monárquicos isabelinos y a liberales que buscan acabar con la Corona. Vidal, un terrateniente extremeño, hace de tercero en discordia mientras alrededor hay marquesas, gente del pueblo y revolucionarios. Como una apoteosis final del casticismo madrileño, pero con discretos apuntes folclóricos madrileños (allí, en una dehesa, transcurre el acto final que comienza con Javier dado por muerto en la crucial batalla de Alcolea), tiene numerosos momentos felices esta zarzuela definitiva. De ellos tal vez el más conocido sea la mazurca que comienza con «A San Antonio, como es un santo casamentero» pero que cualquiera recordará cuando suena aquello de “A la sombra de una sombrilla / de encaje y seda / con voz muy queda /canta el amor”, o en el primer acto la habanera del saboyano (“Marchaba a ser soldado...”), que es de las que te pellizcan el pecho en su arranque, a la que sigue, con igual efecto, la romanza de Javier “De este apacible rincón de Madrid” y que es impagable en las versiones discográficas de Domingo y Kraus. Un tesoro de esencias viejas en tiempos españoles de cambio, ya sea en la los orígenes de la Primera República en que se ambienta “Luisa Fernanda”, la Segunda en que escribió y estrenó con gran éxito o este tiempo raro en que nos sigue seduciendo con sus encajes y sus sedas.

Artículo publicado en diario Sur el 3 de diciembre de 2011

Pearl Harbor, 07-12-1941. Un día que vivirá por siempre

Hace 70 años el mundo vivía una jornada clave para la Historia. El ataque japonés sobre la base estadounidense de Pearl Harbor condicionará la evolución de nuestro mundo
Fue el día clave de una guerra clave, el día en que el terror llegado del cielo llevó a salvar Occidente. Y aunque de forma críptica la frase anterior pudiera parecer una alusión al 11-S, en un juego de espejos terribles y luctuosos, nos referimos a lo que sucedió un domingo de hace 70 años, el ataque japonés contra la base naval norteamericana de Pearl Harbor, una operación militar que se planeó como un prodigio de estrategia pero que condujo a la derrota no sólo a Japón, sino también a la Alemania nazi y la Italia fascista. Haciendo entrar en la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos, este ataque traidor le hizo intervenir en la contienda y ganarla. Algo que ya había sucedido en la Primera Guerra Mundial, en la que fue neutral hasta que el hundimiento en 1915 de un buque de pasajeros inglés, el Lusitania, con abundante pasaje estadounidense, le llevó a involucrarse en el conflicto hasta entonces ajeno y, por vez primera, salvar Europa.

Este día clave, 7 de diciembre de 1942, está presente, además, en la cultura popular merced a numerosas películas, entre las que hay un clásico que toca tangencial pero magistralmente el episodio, “De aquí a la eternidad” (Fred Zinnemann, 1953), una rigurosísima reconstrucción fílmica, “¡Tora!, ¡Tora!, ¡Tora!” (Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, 1970), y un fiasco de fuegos de artificio, pasta gansa y caras bonitas, “Pearl Harbor” (Michael Bay, 2001). Los hechos históricos, los datos nítidos (dejando fuera las numerosas teorías conspiranoicas en las que se mezclan maniobras políticas, agentes dobles y masones), ocupan estas páginas que rememoran aquel primer día de la infamia.

Preparativos
Aquel día fue la culminación de una década de paulatino deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Japón, de la que son hitos imprescindibles para comprender el ataque la invasión japonesa de China en 1932 y el establecimiento, en 1937, de un estado títere conocido como Manchukuo, la constitución del Eje compuesto por Japón, Italia y Alemania en 1940, la ocupación japonesa de la Indochina francesa en julio de 1941 que llevó a los norteamericanos a congelar, ese mismo mes los activos bancarios japoneses en bancos estadounidenses, seguido de un embargo sobre el petróleo y otros suministros vitales para el esfuerzo bélico japonés. Estas medidas, que por parte de Estados Unidos estaban dirigidas a frenar a Japón sin recurrir a las armas, opción que era rechazada mayoritariamente por sus ciudadanos, que a pesar de las simpatías por Inglaterra y las democracias, preferían el aislamiento y, con él, la paz. En nombre de la paz, Estados Unidos atrajo sobre sí la guerra. Japón pudo aducirla defensa propia para pretextar su ataque: el embargo y las sanciones impuestas por Estados Unidos no les dejaba, para sobrevivir, otra alternativa que intentar doblegar, por la fuerza, la voluntad norteamericana de plantar cara al expansionismo de Japón en el Pacífico. Mientras los cazas, bombarderos y torpederos japoneses se dirigían a Pearl Harbor, una delegación japonesa se encontraba en Washington dispuesta a tratar una solución diplomática al conflicto que, hasta ese momento, enfrentaba a ambas naciones. El primer ministro japonés, Hideki Tojo, planificó las negociaciones como una tapadera que hiciera creer a los americanos la imposibilidad de la acción militar simultánea.

Pero, siendo la decisión política de Tojo, el cerebro tras el ataque era Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota combinada japonesa. Una vez que, según creían, la flota norteamericana en el Pacífico quedara fuera de combate, nada podría evitar la conquista de Indonesia y todo el Sureste Asiático. El 26 de noviembre, con sumo sigilo, la flota japonesa partió de las islas Kuriles, bajo el mando del vicealmirante Chuichi Nagumo, para concentrarse a 440 kilómetros al norte de Hawaii. Allí, desplegados en torno a la isla de Oahu, aguardaban 27 submarinos japoneses. Los mensajes cifrados que se cruzan los japoneses, y que son desencriptados por los norteamericanos, dan a entender que la opción militar está en marcha en caso de que las negociaciones en Washington fracasen. El domingo 30, una semana antes del ataque, un telegrama cifrado dirigido por Tokio a su embajador en Berlín anuncia la tormenta: “Las conversaciones se han roto definitivamente. El Imperio deberá actuar con determinación. Ponga sobre aviso al canciller Hitler de que la guerra puede estallar de un momento a otro motivada por cualquier incidente, y más pronto de lo que se imaginan. Vamos a avanzar hacia el sur. A la vista de su importancia, este mensaje debe mantenerse absolutamente en secreto”. Habrá ataque. Lo que los norteamericanos ignoran es el cómo, el cuándo, el dónde. El 1 de diciembre se emite un mensaje cifrado para ser recibido por la flota expedicionaria japonesa. “Escalen el monte Niitaka”. Es la orden de ataque. Los comandantes abren sus sobres sellados. En el interior, el plan de ataque sobre Pearl Harbor. Es el momento en que se pasa a informar a las tripulaciones, que ya se reúnen, entre cánticos patrióticos, en los puentes. Los pormenores de la operación, desde ambos bandos contendientes, pueden encontrarse, expuestos con maestría, en el libro “Pearl Harbor”, de Jean-Jacques Antier (RBA y Salvat).

Minuto a minuto
Llega el momento en que cada minuto cuenta. A las 6:37, el destructor Ward avista un minisubmarino japonés, tripulado por dos hombres, que seguía a un buque de carga norteamericano, que procede a hundir a las 6:50. A las 7:00 despega desde los portaaviones la primera oleada japonesa, que sólo tarda dos minutos en ser detectada por los radares norteamericanos, pero se interpreta erróneamente el dato con confundir los aviones japoneses con otros que se espera que lleguen desde California. A las 7:15 despega la segunda oleada. A las 7:49 el capitán de fragata Mitsuo Fuchida, que comanda uno de los grupos de aviones, da la orden de ataque en forma de señal codificada: ¡Tora! ¡Tora! ¡Tora!”. Tora, en japonés, significa tigre. Los 51 bombardeos en picado Aichi D3A1 se lanzan sobre la base de Ford Island y el cercano aeródromo de Hickam Fields, mientas 49 torpederos Nakajima B5N2, dirigidos por Fuchida, atacan los buques anclados en Pearl Harbor. A la vez, 43 cazas Zero atacan el aeródromo de Wheeler Field, en el centro de la isla. Los aeródromos tenían una guardia especial para evitar sabotajes contra los aviones, pero no esperaban un ataque aéreo. A las 8:54 llega la segunda oleada. Son 25 cazas Zero que sirven de escolta, 78 bombarderos en picado Aichi y 54 torpederos Nakajima. En este momento, las defensas antiaéreas de la isla son impotentes.
La canción, "I'm off to Yokohama",
termina por no desentonar

A las 9:25 el ataque ha terminado. Una tercera oleada de ataque, prevista para el caso de que fuera necesaria, no tuvo que intervenir. A las 10:05 el gobernador de Hawaii declara el estado de emergencia. A las 12:10 despegan vanamente aviones norteamericanos en persecución de los atacantes. A las 12:30 es asaltado por la policía americana el consulado japonés en Honolulu mientras el personal de la legación destruye la documentación comprometida. A las 13:30, la escuadra japonesa dio orden de retirada y emprendió su regreso hacia Japón. Pearl Harbor está situado en el sur de la isla, constituyendo una ensenada natural a la que se accede a través de un estrecho canal, lo que dificultará la salida de emergencia de los navíos. En el centro de la ensenada, la isla de Ford Island concentra a su alrededor lo más destacado de la base naval. Uno de los navíos fondeados en Ford es el acorazado Arizona. Su hundimiento, que produjo las mayores bajas del ataque, llevó a la muerte a 1.102 tripulantes, un comandante y un contraalmirante.
El ataque, en "De aquí a la eternidad"
Infamia
El día siguiente al ataque, el presidente Roosevelt reúne en el Capitolio al Senado y la Cámara de representantes, para explicar lo sucedido y pedir la declaración de guerra. El arranque del discurso es el que llama de la infamia a este día: “Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que vivirá en la infamia, Estados Unidos fue atacado por sorpresa por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón”. En él, se señalan, en una dinámica escalofriante, los siguientes e inmediatos pasos de Japón: “El ataque de ayer a las Islas Hawaii ha causado serio daño a las fuerzas militares y navales estadounidenses. Lamento informarles que se han perdido muchas vidas estadounidenses. Además, se ha tenido noticia de que buques estadounidenses han sido torpedeados en alta mar, entre San Francisco y Honolulu. Ayer, el Gobierno Japonés también lanzó un ataque contra Malasia. Anoche, fuerzas japonesas atacaron Hong Kong. Anoche, fuerzas japonesas atacaron Guam. Anoche, fuerzas japonesas atacaron las Islas Filipinas. Anoche, los japoneses atacaron la isla de Wake. Y esta mañana las fuerzas japonesas han atacado las Islas Midway”. La declaración de guerra no se alcanzó por unanimidad, ya que en contra contó con el voto de la representante por Montana, Jeannette Rankin, que en 1915 ya había votado contra la entrada en la Primera Guerra Mundial. La declaración de guerra por parte de Japón, que lacónicamente ocupaba sólo dos líneas, será entregada al embajador norteamericano en Tokio diez horas después del ataque, llegando a Estados Unidos el lunes por la tarde.

Con todo, el ataque no fue el primero de la guerra en el Pacífico. 95 minutos antes del ataque contra Pearl Harbor, los japoneses atacaron desde el aire Singapur, en manos inglesas. De igual modo, tampoco fue el éxito fulminante que los japoneses esperaban. Los tres portaaviones de la flota estadounidense no estaban aquel día en Pearl Harbor, y las previsiones japonesas no se cumplieron. Hallaron combate, y no sumisión. Y aunque la declaración de guerra impulsada por Roosevelt el 8 de diciembre no incluía al Eje, el día 11 Hitler declararía la guerra a Estados Unidos. Ese día, los nazis ratificaron su condena a muerte, que ya habían dictado para sí mismos el 22 de junio de ese mismo año al invadir la Unión Soviética. Con esa decisión de enfrentarse a los norteamericanos, Hitler esperaba que los japoneses le ayudaran en el combate, formando una tenaza desde el este y el oeste, contra los soviéticos. Estaba equivocado.
Rara grabación, y en color.

El prisionero y la deshonra
Entre las abrumadoras cifras de la jornada, hay una que llama especialmente la atención. Por parte norteamericana, había 143 naves y embarcaciones en el puerto, y 394 aviones en la isla. Las pérdidas se tradujeron en 1.247 heridos, 2.402 muertos y 23 naves hundidas y dañadas. Por parte de Japón, participaron 27 naves que portaban 423 aviones de los que despegaron 356, además de 30 submarinos. Las pérdidas supusieron 64 muertos, 29 aviones y 5 submarinos. El dato llamativo es la cifra de 1 prisionero. Éste, el primer prisionero de guerra japonés en manos estadounidenses, fue Kazuo Sakamaki, un oficial naval de 23 años, que participó como voluntario de uno de los cinco submarinos de bolsillo, tripulado cada uno por dos hombres. De aquellos diez voluntarios (antecesores de los inminentes kamikazes), nueve murieron en la operación contra Pearl Harbor. Tocado el submarino por un destructor norteamericano, fue descubierto y apresado Sakamaki por un soldado hawaiano. Su compañero de navegación desapareció entre las aguas. Mientras sus compañeros de misión fueron declarados oficialmente “dioses de la guerra”, el prisionero vio borrado su nombre de los registros japoneses. El primer prisionero pasó, así, a no existir. Y a ser un auténtico soldado desconocido. En los primeros momentos del cautiverio, se autolesionó, imploró que se le permitiera el suicidio. Al terminar la guerra, fue liberado y devuelto a Japón, donde se convirtió en militante pacifista. El almirante Yamamoto, estratega del ataque contra Pearl Harbor, morirá en 1943 al ser derribado por cazas norteamericanos. En una carta a un amigo, escrita unos meses antes, hacía el mejor y más doloroso análisis sobre los hechos de hace 70 años: “Un militar difícilmente puede enorgullecerse de haber destrozado a un enemigo dormido. Es un oprobio para el vencido, pero sin ninguna gloria para el vencedor”.
Artículo publicado en diario Sur el 3 de diciembre de 2011